Uno
de esos días agitados en los que hay más de mil cosas distintas para hacer,
encontramos a Justin, el hijo de cuatro años de edad de una joven pareja.
El
chiquillo hacía un gran alboroto y a pesar que el padre le pidiera varias veces
que se quedara quieto, no paraba, y terminó en penitencia en un rincón de la
habitación.
Justin
lloró, pataleó, se enojó y finalmente dijo: “voy a escaparme de casa.”
La
primera reacción de la madre fue de sorpresa e irritada, le dijo: “ ¿Sí? ¿No
me digas?”
Cuando
se dio vuelta y lo miró, él parecía un ángel, tan pequeño, tan encogido allí
en un rincón, con un semblante tan triste...
Ella
entonces decidió dejar de lado todo lo que estaba haciendo y se detuvo.
Con
el corazón partido, le vino a la memoria un pasaje de su propia infancia, pues
también había querido escaparse porque se sentía rechazada e incomprendida.
Ella
sabía que al exclamar “voy a escaparme de casa”, Justin quería decir:
“por favor, presten más atención en mí. Yo también soy importante. Por
favor, hagan con que yo me sienta deseado y amado incondicionalmente.”
“Muy
bien, Justin, tú puedes huir de casa”, le dijo la madre en voz baja, mientras
empezaba a tomar unas ropas de su ropero y ponerlas en una maleta.
“Mamá”,
preguntó, “ ¿qué estás
haciendo?”
A
lo que ella contestó: “si te vas de casa, entonces me iré junto contigo,
porque no quiero verte solito nunca. Te quiero mucho, Justin.”
Entonces
lo abrazó y él le preguntó, sorprendido:“¿por qué quieres ir conmigo?”
Ella
lo miró con cariño y justificó: “porque te quiero mucho y me pondré muy
triste si tú te vas. Y también quiero encargarme de ti para que nada de mal te
suceda.”
“¿Papá
puede ir también?” – preguntó Justin, con un tímido timbre de voz.
“No,
papá tiene que quedarse con tus hermanos, y además tiene que trabajar y
encargarse de la casa cuando no estemos aquí.”
“¿Y
mi hámster puede ir?”
“No,
tiene que quedarse aquí.”
Justin
se detuvo un instante para pensar y dijo:“¿mamá, podemos quedarnos en casa?”
“Claro,
Justin, podemos quedarnos.”
“Mamá.”
– dijo suavemente.
“
¿Qué Justin?”
“Yo
te amo.”
“Yo también te amo,
querido...¡mucho, mucho, mucho! ¿Qué tal si me ayudas a hacer unas rosetas de
maíz?”
“¡Sí
claro, con lo que me gustan!” – y Justin
acompañó a su madre.
En aquel instante ella se dio
cuenta de la maravillosa dádiva que es ser madre. De la importancia que tenemos
cuando nos tomamos en serio la responsabilidad sagrada de ayudar a un niño a
desarrollar el sentido de seguridad y el amor propio.
Abrazando
a Justin, ella entendió que en su regazo tenía el tesoro inestimable de
infancia, un pequeño personaje que dependía del amor y seguridad que recibiese,
de la atención de sus necesidades, del reconocimiento de sus características
únicas para convertirse en un adulto feliz.
Ella
aprendió que, como madre, jamás debe “evadirse” de la oportunidad de
mostrar a sus hijos que son amados, deseados e importantes – el regalo más
precioso que Dios le dio.
***
¡No
escatimes esfuerzos en la educación de tus hijos!
Antes
de su llegada a la cuna, los padres asumen
con aquellos que recibirán en condición de hijos, compromisos y deberes
que deben llevarse a cabo, desde que serán, también, a su vez, medios de
redención personal ante la conciencia individual y la
cósmica que rige los fenómenos de la vida, en los cuales estamos
sumergidos.
Versión
español – Roberto M.L.Roca / AD LITTERAM Tradutores Associados.