La revista Selecciones, de marzo de 1947, trae una
pequeña historia bastante interesante.
Se trata de la señora Ann Grace, que
vive en una pequeña ciudad norteamericana.
Cuenta la señora Ann que, durante
muchos años, veía a los niños del vecindario jugando de soldados y bandidos;
jugar a la guerra, como muchos chicos suelen hacer en nuestros días.
Ella tuvo la oportunidad de ver a esa
generación crecer e ir a la Guerra.
Y las voces y gritos de comando, que
antes eran un juego, se convirtieron para ellos
en una sangrienta realidad. Ahora la orden :“¡estás herido! Ríndete!”
Era de verdad.
Pero, un cierto día cuando algunos
chicos invadieron su jardín, persiguiéndose con sus ametralladoras de juguete,
la Sra. Ann Grace, ya con 68 años de edad, los llamó y pidió que se le
acercaran.
Y cuando todos los niños se reunieron
a su alrededor, les habló de la guerra, de las armas, de la locura de derramar
sangre humano.
Enalteció, después, a la paz y sus
excelentes ventajas. Los convenció, por fin, a abandonar las armas de juguete y
a que se entretuvieran con los instrumentos deportivos y las pelotas que les había
comprado.
Al día siguiente hicieron una
proclamación, firmada por la Sra. Ann y todos los chicos, sus conocidos.
El documento decía lo siguiente: “la
paz empieza en nuestra calle. El mundo en el que vivimos sería mucho mejor sin
armas y con más justicia y amor.”
Y el pequeño pacto fue rematado por
una fogata hecha con las armas y municiones de juguete.
Contemplando, con satisfacción,
su grupo de ex-soldados y bandidos, la venerable señora exclamó una vez
más: “la paz empieza en nuestra calle.”
Parafraseando a la Sra. Ann Grace, diríamos
que la paz empieza en nuestra intimidad.
Solamente después ella invade el hogar,
sale a las calles, se propaga por la ciudad y gana el mundo.
Ella misma fue un ejemplo de ello. Si
no hubiera sentido en el alma la necesidad de
paz, no se habría dirigido a los jovencitos para enseñarles a
desarmarse.
En los días actuales, si todos los
adultos tomasen una sabia decisión como la de la Sra. Grace, seguramente el
futuro de la humanidad cambiaría su rumbo.
Pero, para eso, es necesario entender
que es una locura derramar sangre humano y comprender las excelentes ventajas de
vivir en paz.
Y esa paz no es apenas la ausencia de
guerras mundiales, sino la paz en su sentido
más amplio.
***
En nombre de la paz “brinde amor a
donde vaya”. Antes de nada, en su propio hogar, a sus hijos y familiares.
Después, a su vecino de al lado y a
los otros vecinos de su calle.
No deje que nadie llegue hasta usted
sin partir mejor o más feliz con la paz que le ha brindado.
Sea la expresión viva de la bondad de
Dios: bondad en su cara, en sus ojos, en su sonrisa, bondad en su caluroso
saludo.
Esta es una óptima receta para
conquistar la paz efectiva.
(Historia adaptada de la revista
Selecciones del Reader Digest, de marzo/1947.)