Una
característica muy común, notada en los seres humanos es la tentativa de fuga.
Muchos
de nosotros, cuando nos sentimos presionados por circunstancias adversas tenemos
la tendencia natural de huir.
A
veces, cuando se presenta una situación para la que no vemos salida, nos gustaría
que la tierra se abriera bajo nuestros pies y nos tragase definitivamente. Pero
como eso no ocurre, intentamos huir de distintas formas.
Para
algunos la salida es ahogar las penas en una copa. Al fin y al cabo, pensamos,
el alcohol perturba la psiquis y nos quita de la mente, temporalmente, la
preocupación que nos hace sufrir.
Otros
fuman un cigarro tras otro, en el intento frenético de libertarse de las ideas
perturbadoras, como si quisieran cubrirlas con abundante humo.
Otros,
incluso, buscan las drogas más pesadas, capaces de anestesiar la mente y
desviar el curso de los pensamientos por algunos instantes.
Algunos
van a las compras, intentando distraerse. Compran, más y más, como si ocupando
la mente con otras cosas pudiesen escapar de los problemas.
Otros
viajan, van para lugares muy lejos, y buscan en la distancia física la
tentativa de olvido de sus problemas.
Muchos,
infelizmente, buscan la falsa puerta del suicidio, como medida más drástica,
con la intención de borrar la mente de una vez por todas, para que nunca más
puedan sentir amarguras.
Si
buscamos razonar lógicamente sobre el asunto, y consideramos la inmortalidad
del alma, llegaremos a la conclusión que la fuga de los problemas, es, como
mínimo, infantilismo de nuestra parte.
Jamas hemos tenido noticias de alguien que, al utilizar uno de esos artificios, haya logrado éxito, y conseguido que los problemas se diluyesen.
Ni
el alcohol, ni el cigarrillo, ni los viajes, ni las compras, ni tampoco el
suicidio consiguen librarnos de las circunstancias desagradables que necesitamos
enfrentar de cara limpia y conciencia lúcida.
Lo
que puede suceder en tales casos, es el agravio de la situación, con nuestro
comportamiento inconsecuente.
La
actitud mejor y mas acertada, es buscar aquietar la mente para razonar bien y
actuar mejor en la búsqueda soluciones efectivas.
Cuando
nos portamos como niños rebeldes sólo tendremos, a corto plazo, los problemas
que esperan la solución, y más el agravio provocado por nuestra
rebeldía.
De
esa forma, seamos cristianos también en los momentos del testimonio. Busquemos
imitar al Maestro que decimos seguir, pues Él, incluso sufriendo chicoteadas e
injurias, mantuvo el mirar sereno y
la mansedumbre en los gestos, demostrando sabiduría y lucidez ante las
situaciones más graves.
En
los momentos de tormento, delante de problemas serios, cuando nos venga un
impulso para la fuga, detengámonos por algunos instantes.
Elevemos
el pensamiento, buscando a Jesús en los parajes celestiales regocijémonos en Su abrazo afectuoso, junto a
magnánimo corazón.
Si
nuestra confianza está aún vacilante, pidamos ayuda al Hermano Mayor, que dijo
que tomáramos su fardo que es liviano y que probásemos su yugo que es suave.
Al
actuar así, aunque no logremos la solución inmediata de nuestros problemas,
tendremos una seguridad: no los
estaremos agravando aún más.
***
”Espera
por el mañana, cuando tu día se
te presente sombrío y aterrorizante.
Aguarda
un poco más, cuando todo te empuje al desespero.
Confía.
Pues la Divinidad posee soluciones que desconoces para todos los enigmas de la
vida.
Ama
la vida y vive con amor, a pesar que a veces te sientas incomprendido,
desilucionado y martirizado...
Oye
l a suave voz del tierno Nazareno diciéndote: “nunca estarás solo”.