En la magistral escena final de la película La lista de Schindler, Oskar Schindler, interpretado por Liam Neeson, recibe el homenaje de miles de judíos y es regalado con un anillo de oro.
La inscripción de la joya decía en hebreo: Quien salva una vida salva al mundo entero.
Schindler fue responsable de salvar a casi mil doscientos judíos del exterminio nazi. Comerciante, dueño de empresas, consiguió comprar la libertad de muchas vidas.
En la escena de la película, presentada por Steven Spielberg en 1993, el comerciante alemán simplemente rompe en llanto, cuando se da cuenta de que podría haber salvado más vidas.
Habla en voz baja, entre lágrimas, a su amigo y contador Izac Stern: Podría haber sacado a más, podría haber salvado una más...
Su amigo le pide que mire a su alrededor, a las casi mil doscientas personas que había salvado.
Schindler reflexiona entonces sobre su propia vida: He malgastado tanto dinero en mi vida... Si hubiera ahorrado un poco más, podría haber sacado a algunas más de allí, refiriéndose a Auschwitz.
Izac, agradecido, le dice: Generaciones enteras seguirán viviendo gracias a lo que has hecho.
Aún emocionado, Schindler responde: Siento que no hice lo suficiente...
* * *
Hay dos llamas que nunca pueden apagarse dentro de nuestra alma. Una que tiene como combustible lo que hemos logrado hasta ahora: una llama que mezcla gratitud, reconocimiento y autoconocimiento.
Sin embargo, hay una segunda, que también necesita mantenerse encendida: la que nos muestra todo lo que aún podemos hacer.
Ambas necesitan iluminar constantemente el alma.
Tenemos que abrazar lo que ya somos, la mejor versión de nosotros mismos. Acoger lo que ya hemos logrado, las pequeñas victorias, sin tratarlas como insignificantes.
Oskar Schindler podía limitarse a mirar los números, las proporciones matemáticas, y concluir que mil doscientos de novecientos sesenta mil - el número estimado de judíos que murieron en Auschwitz - sería poco, casi nada.
Pero, fueron mil doscientas vidas que, como bien señaló su amigo, serían responsables de generaciones venideras.
Aunque hubiera sido solo una. Un acto de amor, un acto de desprendimiento es tanto más grande que la indiferencia, tanto más grande que el miedo o la cobardía, que no puede medirse en tamaño.
Por eso, las comparaciones son delicadas.
Jesús lo subrayó bien, cuando afirmó a la gente que aquella pequeña cantidad de una viuda pobre era mucho mayor que todas las demás ofrendas depositadas en la urna del templo.
¿Qué es mucho? ¿Qué es poco?
Merece la pena reflexionar sobre la segunda llama, la que sostiene la voluntad de lo que aún podemos hacer.
Ciertamente, una persona como Oskar Schindler, como tantos otros que han descubierto el tesoro de trabajar por el bien, albergan esa energía en el alma, esa voluntad, una especie de inquietud: no pueden parar.
Terminan su trabajo en la Tierra y prosiguen en el plano espiritual. Cumplen esa parte en el mundo de los Espíritus y después aún regresan en misiones grandiosas. No quieren parar.
El deber es una fuerza que impulsa a las grandes almas. Una vez que descubren el amor, nunca vuelven a ser los mismos.
Redacción del Momento Espírita
El 5.2.2024.