Antiguamente, cuando nuestros mayores empezaban a no recordar los últimos acontecimientos, salían a la calle y no conseguían encontrar el camino de vuelta;
cuando miraban a uno de nosotros y preguntaban: ¿Quién eres? ¿Por qué estás en mi casa?;
cuando, en un diálogo, de repente parecían olvidar por completo la palabra que daría continuidad a la frase y se quedaban mirando al vacío;
cuando empezaban a tener dificultades con el cuidado personal, solíamos decir que estaban caducos.
Durante un tiempo, dijimos erróneamente que tenían esclerosis.
Sin embargo, la enfermedad de Alzheimer fue descrita por primera vez en 1906, por el psiquiatra y neuropatólogo alemán Aloysius Alzheimer, durante una autopsia.
Esta enfermedad afecta a la memoria y al funcionamiento mental y puede evolucionar hacia la confusión, los cambios de humor y la desorientación en el tiempo y en el espacio.
Para el portador es, sin duda, una gran prueba ver cómo se desvanecen los recuerdos de amores muy queridos e hijos amados.
Ver cómo se difuminan en la niebla acontecimientos intensamente vividos, que conformaban días felices.
Perder la capacidad de activar el disco duro de una vida rica en hechos y actos.
Para los que vemos ese apagar de las luces, es una prueba igual de dura, que requiere la máxima comprensión, paciencia y flexibilidad.
Como aquella hija que, al presentarse en casa de su madre para almorzar, recibió la indagación: ¿Por qué no ha venido tu marido contigo?
Su yerno había desencarnado hacía más de seis años. Pero la hija respondió heroicamente con dulzura:
Hoy es el Día de la Madre. Él fue a almorzar con su madre.
No faltaba a la verdad, teniendo en cuenta que su suegra también había desencarnado. Por lo tanto, deberían estar juntos en la Espiritualidad.
O aquella nieta que, oyendo a los familiares hablar sobre la posibilidad de internar al abuelo en una clínica, pues las dificultades eran cada vez mayores, argumentó:
El abuelo aún tiene algunos momentos de lucidez. ¿Por qué no preguntarle qué quiere? ¿Será que le gustaría vivir sus últimos años en una clínica?
O, aún, el registro de aquella esposa que, al no ser reconocida por su marido, le invita a un helado, en el intento de conseguir que él vuelva a casa.
¿Un helado? - Se le iluminan los ojos. Pero, desconfiado, sigue preguntando:
¿Quién eres tú para ofrecerme un helado?
Y ella, en el tono con que siempre había dirigido el hogar, con voz firme:
Soy Sofía. Y vámonos antes de que se derrita el helado. Vainilla, tu favorito.
Luego, mientras él come y se relame, como un niño que sumerge la boca en el sabor helado, ella le limpia los labios, las comisuras de la boca.
Y murmura: ¡Amor mío!
Para aquellos cuyos recuerdos se van perdiendo con el paso de las horas, y para aquellos que necesitan atenderlos, cuidarlos y protegerlos, nuestro homenaje.
Un homenaje de los que aún están lúcidos, activos, en control de sí mismos, de sus actos y de sus decisiones.
Y una súplica al Señor de la Vida: Si el día de mañana nos sorprende con la muerte de nuestros recuerdos, con el apagón de las luces de nuestras memorias más queridas, ayúdanos, Señor.
Sé con nosotros y con aquellos que velarán por nosotros.
Redacción del Momento Espírita.
El 16.11.2023.