En un mundo material, de cantidades limitadas, de medidas en litros y kilos, es natural pensar que cuando donamos algo, nos quedamos con menos de lo que teníamos antes.
Imaginemos una caja de bombones, con veinte piezas, que tenemos que compartir entre cinco miembros de nuestra familia.
Las matemáticas de primaria enseñan muy bien a los niños a conocer el resultado, es decir que, en esa división, cada persona debe recibir cuatro dulces.
Imaginemos que hay que repartir la misma caja entre una familia más numerosa, de diez personas. Nuestro pensamiento lógico concluye enseguida: cada persona recibirá menos que en el primer caso.
Ese tipo de razonamiento es comprensible cuando estamos en la esfera de las cosas, de los objetos, que se pueden medir en unidades, kilos, metros.
Sin embargo, llevemos ese mismo pensamiento a otra dimensión. Hacia la dimensión del amor.
¡Supongamos que el amor es nuestra caja de bombones!
Si compartimos ese amor con dos o tres personas, ellas recibirán un poco. Pero si lo compartimos con más y más, cada nuevo amor en nuestra vida recibirá menos por vez.
Veamos cuán extraña es la lógica en ese caso, porque estamos hablando de algo que no se puede medir, de un sentimiento, que no se puede poner en una caja, en un sobre o en un jarrón.
Tal vez podamos imaginar que el amor que tenemos está en una especie de jarrón, uno de esos valiosos de porcelana.
Seleccionamos con quién compartir ese precioso líquido, porque tenemos la impresión de que su cantidad es limitada.
El resultado será el mismo: cuanto mayor sea el número de personas, menor será la cantidad de líquido para cada una.
Comparando esas divisiones con el tiempo, nos damos cuenta de que ¡no tendríamos tiempo para todos! No podríamos prestar atención a muchos.
Son señales que hacen parecer que nuestro amor tiene alguna limitación.
Cuando pensamos así, estamos utilizando la lógica de la caja de bombones o del jarrón con líquido.
Ahora imaginemos que, en lugar del jarrón, el amor que tenemos proviene de una fuente, que brota todo el tiempo, sin parar.
¡Y cuanto más utilizamos esa fuente, más fuerte brota!
Eso lo cambia todo, ¿verdad?
Los que amamos el chocolate podemos decir: ¡Es una caja de bombones interminable! Podemos pensarlo así si queremos.
En ese caso, dividir es multiplicar. La ley del amor funciona así.
Los padres que tienen muchos hijos pueden, incluso, tener dificultades de tiempo, de dividir atención, pero nunca de amar menos a cada uno.
Los hijos y hermanos que han crecido y formado nuevas familias, compartiendo su amor con la figura de un esposo, de una esposa y de otros hijos, no dejan de amar a sus padres y hermanos.
Al contrario: la nueva experiencia de vida les enseña a amar más y a valorar a los que han venido antes.
Si tenemos muchos amigos no significa que amemos menos a cada uno de ellos. Tener más amigos nos hace amar mejor a cada uno.
Así que, no tengamos miedo de quedarnos sin el amor de nuestros seres queridos cuando ellos están en el camino de aprender a compartir.
No permitamos que los celos infecten nuestros corazones. Sólo nos harán menos receptivos al bien que pueda llegarnos.
El amor es una fuente inagotable. Cuanto más se divide, más se multiplica.
Redacción del Momento Espírita
El 12.9.2023.