¿Hemos pensado alguna vez cómo vivíamos antes de la invención del reloj?
Imaginemos que concertamos una cita:
Cuando la sombra de ese árbol alcance la piedra, nos encontraremos, ¿de acuerdo?
O bien: Cuando el sol dé en tu ventana, te esperaré en la plaza de la ciudad.
La idea de marcar el tiempo es muy antigua. Alrededor del año 600 a.C. se creó el reloj de arena.
En el año 725 d.C., el monje budista chino Yi Ching fabricó el primer reloj mecánico conocido.
Funcionaba con un conjunto de engranajes y sesenta cubos de agua, correspondientes a los sesenta segundos que componen un minuto.
Fue en 1500, época de las grandes navegaciones y descubrimientos, cuando Peter Henlein fabricó en Núremberg el primer reloj de bolsillo de la Historia.
Por su forma ovalada y su procedencia, pasó a conocerse como el Huevo de Núremberg.
Era fabricado enteramente en hierro, desde el exterior hasta el complejo mecanismo interno.
Su cuerda duraba cuarenta horas, confeccionada con pelo de cerdo, una especie de prototipo de los muelles espirales que se generalizarían años más tarde.
El reloj de pulsera también tiene muchas historias. Algunos atribuyen su invención al relojero Abraham Louis Breguet.
Habría sido encargado por la hermana de Napoleón Bonaparte, la princesa de Nápoles, Carolina Murat. Sin embargo, las fuentes son escasas y no hay forma de comprobar la veracidad de esta información.
La hipótesis más aceptada es que el inventor del reloj de pulsera fue el mismo que el del avión: el brasileño Alberto Santos Dumont.
Se cuenta que el Padre de la Aviación necesitaba una solución práctica para cronometrar sus vuelos.
Como todo el mundo, poseía un reloj de bolsillo sujeto a una cadena, pero tuvo la idea de encargar un reloj que pudiera sujetarse al brazo, facilitando así el control de las horas.
La petición fue hecha a su amigo y famoso relojero Louis Cartier. En 1904, Cartier le entregó lo que muchos consideran el primer reloj de pulsera del mundo.
El objeto recibió el nombre de su propietario: el reloj Santos.
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Siempre que aparece una invención, queremos saber quién es el inventor. Y, por eso, lo investigamos y registramos para atribuirlo debidamente al autor correcto.
El filósofo y escritor francés Voltaire dijo una vez: El mundo me intriga. No puedo imaginar que exista este reloj y no haya un relojero.
Contemplando el Universo, la excelencia de la naturaleza que nos muestra una diversidad inigualable, una belleza sin igual, la creatividad, seguimos con Voltaire:
Si el palacio anuncia al arquitecto, ¿cómo podría el Universo no demostrar la Inteligencia Suprema?
¿Qué planta, qué animal, qué elemento, qué estrella, no lleva la marca de Aquel a quien Platón llamó el Geómetra Eterno?
Las lecciones de la naturaleza son evidentes. Si el reloj nos habla de la necesidad de un relojero para inventarlo, ¿qué decir de los esplendores que contemplamos cada día?
Ojos para ver, como nos exhortaba Jesús. Para ver la Inteligencia Suprema, Dios, en las cosas sencillas, en la sabiduría y el celo con que lo ha dispuesto todo para Su criatura: el ser inmortal.
Abramos los ojos.
Redacción del Momento Espírita.
El 12.9.2023