En aquella comunidad local, el líder espiritual sufí, siempre estaba pacientemente a disposición.
Él escuchaba los dolores del alma de los que confiaban en él, entre las horas que dedicaba al cultivo de las flores. Estas eran tantas que hasta tenía una pequeña tienda donde las vendía.
Su nombre era Ali Sadi Hoca, pero lo llamaban sencillamente Hodja. Como otros muchos, la joven Meryem siempre lo buscaba.
Lo hizo tanto, que se volvió dependiente de él en casi todas las tomas de decisiones o resoluciones, sea en cuestiones familiares o de carácter personal.
Sin embargo, el sabio hombre, de forma perseverante, la orientaba para que mirara un poco más allá de su entorno inmediato.
Deseaba que ella pensara y actuara por sí misma, caminando con sus propios pies.
Cierto día, cuando la cuestión de la joven era un conflicto familiar en el que estaban implicados su hermano, su cuñada y sus dos sobrinos, la llevó a una habitación y le mostró un jarrón de flores artificiales.
Coge una, dijo él.
Le pidió que admirara ese tulipán rojo de tallo largo.
Perfecta, ¿verdad? Incluso tiene una gota de lluvia brillante, que parece recién caída de las nubes.
Coge un pétalo, le ordenó.
Ella dijo que no era posible. Parecía que estaban todos pegados.
También, a una orden suya, comprobó que, a pesar de toda la belleza, no tenía perfume.
Entonces, el sabio la condujo a su jardín, cogió un hermoso ramo de crisantemos y lo colocó en la otra mano de Meryem, pidiéndole los mismos procedimientos.
Ella quitó fácilmente uno de los pétalos y habló del perfume que podía sentir.
En ese momento, Ali le dijo: La obra del hombre es bella, pero la de Dios es perfecta, inigualable.
Entre la flor artificial y la natural, la segunda supera a la primera.
Las criaturas son como las flores. Somos flores del Padre Creador, dispuestas en el jardín del planeta.
Como las flores, necesitamos tierra para poder germinar, crecer, florecer.
Nuestra tierra es la de los corazones que están cerca de nosotros: familiares, amigos, amores más queridos.
También necesitamos abono: el abono de la ternura, de la atención para poder florecer de verdad.
No dispensamos el agua de las buenas palabras, del aliento.
El sol del amor, sobre todo, para calentarnos en los días fríos, para darnos benéficas oleadas de calor, animándonos a crecer y a extender nuestras ramas, a abrir nuestros brotes.
Así que, Meryem, vuelve a casa y cuida de tus familiares como si fueran flores de tu jardín.
Comprueba qué es lo que más necesita cada uno: tierra, abono, agua o sol. O quizás un poco de cada, cada día.
* * *
Las flores de Dios en el jardín de la vida. ¡Qué bella imagen! Y qué buen consejo para nosotros mismos.
Nuestros padres son las flores ya florecidas. Algunos casi deseando marchitarse. Necesitan nuestra atención redoblada para que no fenezcan antes de tiempo; protegerlos de la canícula de la soledad.
Nuestro cónyuge, hijos, hermanos, son quienes requieren de nosotros el abono del afecto, el agua preciosa de nuestros besos, de nuestros abrazos, la caricia delicada del sol despertando en la mañana.
Flores de la vida. Flores en el jardín de nuestros corazones.
Redacción del Momento Espírita,
con base en episodio de la serie turca
Ocho en Estambul, de Netflix.
El 9.8.2023.