Cuando presenciamos, a diario, el drama de nuestros hermanos ucranianos abandonando sus hogares;
cuando vemos los rostros de esos niños pequeños que miran, simplemente miran, sin saber si tendrán un futuro. O dónde estará.
Cuando vemos a madres con sus bebés arropados en el pecho, preguntándose hacia dónde les llevará el mañana; recordamos que ya hemos visto eso muchas veces.
Son repeticiones que se alternan en el mundo: los judíos que vivían en territorio portugués y, a finales del siglo XV, se vieron obligados a marcharse a otros países.
Francia fue testigo del éxodo masivo de poblaciones belgas, holandesas y francesas, en 1940, en los meses de mayo y junio, ante el avance del ejército alemán.
Fue uno de los mayores movimientos de poblaciones del siglo XX en Europa.
Con la actuación de Mao Tse-Tung en China en 1958, creando lo que él denominó El gran salto hacia adelante, muchas familias huyeron de China.
Chi Jing Hai, con su esposa y sus hijas pequeñas, fue una de ellas. En su vejez, reviviendo aquellos días inciertos, decía:
Estábamos todos en Hong Kong, posesión británica, listos para abandonar el país, justo después de la Segunda Guerra.
China estaba convulsionada y mi vida y la de mi familia corrían peligro. En Hong Kong estábamos a salvo.
El gobierno revolucionario de China no podría alcanzarnos, pero por cuánto tiempo, no lo sabía. La espera de un visado nos retenía allí. Un visado para salir del país.
El sueño era el visado norteamericano, con una demora angustiosa.
Legalmente, no podíamos ser alcanzados, pero revolucionarios idealistas se infiltraban por todas partes.
Para espantar el miedo, las veladas musicales eran una forma elegante de distraernos.
En una de esas noches, un amigo trajo a un sacerdote brasileño.
Hacerse cristiano era una forma de ser aceptado en Occidente. Naturalmente, mi esposa y yo aceptamos.
Unos días más tarde, el sacerdote nos ofreció un visado para un país lejano y desconocido. El nombre era imposible de pronunciar: Brasil.
Esa fue una de las bendiciones que recibimos. Viví el resto de mi vida en Brasil y agradezco a este país y a su gente la buena vida que tuve.
* * *
Cuando escuchamos ese testimonio, nos emocionamos. Refugiados que llegan a nuestro país, con enormes dificultades para aprender el idioma, tan diferente.
Para adaptarse a las costumbres, a una cultura totalmente diferente de aquella en la que crecieron, en el culto de sus antepasados.
Sin embargo, se adaptan. Realizan la gran transformación, absorbiendo todo lo que pueden, hábitos y costumbres tan diferentes de los suyos.
Estudian, trabajan, progresan y colaboran para el crecimiento del país que los acoge.
Son portadores de ricos contenidos y los incorporan al entorno en el que viven.
Más que nada, son agradecidos. Aceptan las dificultades del país, dispuestos a trabajar, a superarlas.
No se vuelven contra las leyes. Respetan las directivas y los reglamentos.
Progresan y ayudan a otros a progresar.
Aprendamos de ellos: hijos nativos o adoptados por esta patria, tierna madre, seamos agradecidos.
Agradecidos por vivir bajo las estrellas de la Cruz del Sur, en un país en el que nuestros hijos se preparan para ser los ciudadanos honrados del mañana.
Redacción del Momento Espírita
El 23.6.2023.