Se dice que Fray Bartolomé de los Mártires vivió para servir. Era portugués, de la ciudad de Braga.
Un día, en la comunidad donde ofrecía su trabajo, decidieron construir una catedral monumental. Un templo de grandes proporciones, que pudiera albergar multitudes.
Para ello, los nobles se reunieron y acordaron contribuir anualmente con grandes sumas de dinero.
Comenzó la construcción. Se levantaron las columnas, las paredes y se llegó al techo.
Fue entonces cuando Fray Bartolomé se dio cuenta de que una crisis había llegado al país, afectando a la población. Los menos afortunados luchaban contra el hambre, la miseria, las enfermedades.
Como jefe de aquella comunidad religiosa, él tenía a su disposición todo el dinero recaudado, cuya administración era su responsabilidad. Especialmente, por supuesto, para la construcción de la catedral.
Ese año, dejó la catedral detenida. Tenía un techo, pensó. Podía esperar.
Sin embargo, los nobles siguieron entregando grandes sumas. El segundo año, la construcción siguió detenida. También el tercero, el cuarto y el quinto.
Diez años después, la catedral seguía igual. Nada de completarse.
Aunque confiaban en Fray Bartolomé, los nobles se reunieron, organizaron una comisión y seis de ellos fueron a conversar con el fraile.
Amigo de todos, él los recibió fraternalmente y los escuchó. Por fin, respondió:
Según mi contabilidad, hay más de dos mil familias necesitadas. Como padre espiritual de todas ellas, no puedo permitir que mis hijos pasen hambre. Todo se ha gastado en los nuestros.
Uno de ellos dijo: Pero Fray, es justo que usted ayude a esas criaturas. Podría sacar un pequeño porcentaje de la suma que le entregamos.
El anciano fraile suspiró, alzó los hombros, juntó las manos y respondió:
Ustedes me hacen una propuesta muy curiosa. Fíjense bien. Leemos en el Evangelio que Jesús en el desierto fue invitado a convertir las piedras en panes.
En cambio, ustedes me piden todo lo contrario: que yo convierta los panes en piedras.
* * *
El pastor de aquellas almas tenía razón. La vida humana merece todo nuestro respeto.
Hablando de derechos, el primer derecho de toda criatura es el de vivir.
Por lo tanto, alimentar los cuerpos, proveer las necesidades básicas de nuestros hermanos no es caridad, sino el deber de un hermano hacia su hermano.
* * *
Toda la moral de Jesús se resume en la caridad y en la humildad, es decir, en las dos virtudes contrarias al egoísmo y al orgullo.
En cuanto a la caridad, el Maestro de Nazaret no se limita a recomendarla. Él la coloca, claramente, como condición absoluta para la felicidad:
Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer. Tuve sed y me disteis de beber. Fui forastero y me recibisteis.
Estuve desnudo y me vestisteis. Me enfermé y me visitasteis. Estuve en la cárcel y vinisteis a verme.
En verdad os digo que cuando lo hicisteis, a uno de esos mis hermanos, aun a los más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Y resumiendo la lección, recomendó: Amaos los unos a los otros. Haced el bien sin ostentación. Haced a los otros lo que querríais que os hicieran.
Redacción del Momento Espírita, con
transcripción del Evangelio de Mateo,
cap. 25, versículos 34 a 36 y 40.
El 14.6.2023.