Dicen que no hay nada más cierto en la vida que la muerte. Todos los seres vivos mueren un día.
Pero no tenemos cursos que nos preparen para ella, que sigue siendo una sorpresa, un accidente de recorrido, inesperado.
Y para todos los que no morimos en los días de la infancia o de la juventud, llega el período de la vejez.
Sería importante tener cursos sobre cómo envejecer. Quizá no tendríamos tantos casos de depresión en la tercera edad.
Personas mayores que se sienten inútiles porque ya no están en el mercado laboral. Ancianos que se sienten agotados porque los jóvenes no prestan atención a lo que dicen, porque nadie se acerca a preguntarles por sus experiencias tan ricas.
Muchos se sienten como el bolígrafo que se ha secado, la bombilla que ya no enciende. Cosas viejas, entregadas al descarte.
Eso sucede porque no nos hemos preparado para esa fase. Algunos de nosotros, a medida que los años se acumulan, hacemos tonterías, típicas de los que aún no han madurado, para afirmar que seguimos siendo jóvenes y activos.
Sin embargo, envejecer es un honor. El honor de pasar los años acumulando sabiduría. El honor de ver a nuestros hijos adultos formar sus propias familias.
El honor de llamarse abuelos y abuelas. El honor de ostentar la nieve en el cabello, la historia en la memoria y la experiencia en la mente.
Qué saludable sería prepararnos para envejecer, agradeciendo por cada año que se suma a los anteriores. Prepararnos para disfrutar de días sin horarios rígidos tras años de ejercicio profesional.
Días en los que podremos estudiar otro idioma, aprender a tocar un instrumento musical. Días en los que podremos vivir con más libertad, en los que nos permitiremos ir al cine un lunes, o asistir a la sesión de la madrugada sin miedo a despertarnos un poco más tarde al día siguiente.
Cuánto hay que hacer: disfrutar de la música clásica, del teatro, del cine, de la lectura.
La oportunidad de pasar más tiempo con la familia. Preparar un plato especial, que requiere mucha elaboración para sorprender a todos con su exquisitez.
Tiempo para estar al sol, pasear por la plaza, escribir recuerdos. Quién sabe, hacerse voluntario, algunas horas a la semana, en alguna institución...
¿Qué sabemos hacer? ¿Qué podemos enseñar? ¿Cómo podemos dar de nosotros mismos?
Un poeta escribió que, en la vejez, todo lo que se dice es una oración. Una oración es cualquier palabra que brota de lo más profundo de nuestros deseos. Por eso, muchos se convierten en poetas.
Escriben acerca de sus vidas y de sus observaciones. Después de todo, ahora pueden contemplar el mar durante horas, observando las olas que hacen de cada retroceso un punto de partida para un nuevo avance.
Envejecer es un don divino. Cuántos de nosotros atravesamos el siglo y el milenio, trayendo las notas históricas y culturales del pasado...
Somos los libros vivos de la Historia. ¡Cuánto tenemos que añadir a las informaciones que presentan las obras impresas!
Pensemos en eso. Si ya hemos llegado a la vejez, donemos de nuestra sabiduría y disfrutemos muy bien la preciosidad del tiempo que se nos ofrece.
Si estamos en camino, preparémonos para ese rico periodo.
Redacción del Momento Espírita, con citas
del cap. 13, pt. 4, del libro Um céu numa
flor silvestre, de Rubem Alves, ed. Verus.
El 19.4.2023.