Cuando el sol parece castigar la tierra con la intensidad de sus rayos, habitualmente amados y deseados...
Cuando los días se suceden, muy calurosos, pareciendo que la atmósfera se vuelve casi insoportable...
Cuando la tierra se va abriendo en grietas, pareciendo gemir en sentimiento de dolor...
Cuando las plantas yacen en el suelo, por no poder mantenerse altivas por la deshidratación que han sufrido...
Cuando parece que todo va a arder, a secarse, a acabarse...
Pensamos en los campos sembrados y nos preguntamos si los granos lograrán tomar forma, crecer y madurar, para abastecer nuestras mesas.
Miramos los árboles y nos preguntamos si habrá floración para que se transforme en frutos benditos.
Contemplamos las tímidas corrientes de agua, aquí y allá, donde antaño fluían ríos caudalosos poblados por peces de diversas especies.
Adelante, el lecho seco deja entrever las piedras desnudas que brillan al sol. Más adelante, el tronco de un árbol se inclina, como si estuviera agachado para sorber la última gota de agua del suelo seco.
El suministro a hogares, fábricas y hospitales se interrumpe, con daños para la industria, la salud y la higiene.
Entonces, cuando el cielo se oscurece y nubes pesadas se presentan, todas las miradas se fijan en ellas.
Esperamos. Aguardamos la lluvia que a veces se derrumba fuerte, tempestuosa.
Su primer objetivo es lavar la atmósfera para que sea respirable, suave.
Y cuando las aguas llegan al suelo, es una sinfonía, un concierto de sonidos sin igual.
Es el sonido de la tierra, bebiendo el líquido a largos sorbos, los ríos deseando ensanchar sus orillas para la más amplia recepción.
Las cascadas vuelven a cantar, las fuentes a brillar. Las plantas beben en todas sus dimensiones.
Los pájaros observan desde sus nidos, los animales desde sus madrigueras, algunos se precipitan al exterior para dejarse bañar...
Sentimos la ligereza del aire, después de la lluvia torrencial, y agradecemos la reposición que será gradual, en la constancia de su presencia.
Lluvia, lluvia generosa.
Violenta o leve, cayendo suavemente, es un beneficio.
Cuánto dependemos de ella.
* * *
Como la lluvia, podemos convertirnos en un beneficio para nuestros hermanos. Con la frescura de nuestras ideas cristianas podemos aliviar la sed de consuelo y esperanza en las almas resecas que viven la tensión de ambientes domésticos áridos.
Como la lluvia que suaviza la atmósfera, podemos ablandar la atmósfera de muchas vidas. Son los amigos, los colegas, los compañeros que necesitan un sutil aroma de ternura.
Esperan oídos dispuestos a escuchar sus penas y ofrecerles unas gotas de calidez.
Calmemos el calor de los dolores de los que sufren desde hace mucho tiempo y están a punto de perder la esperanza.
Como lluvia suave, utilicemos nuestra voz para susurrar la canción de un mañana que surgirá, renovado.
Pensando en el bien, derramemos consuelo sobre algunas existencias que gravitan a nuestro alrededor. Participemos de ellas y tengamos la certeza de que, en su justa medida, obedientes a las leyes de Dios, estaremos promoviendo voluminosas olas de amor y de alegría.
Imitemos la naturaleza, convirtiéndonos en vida para nuestro semejante, como la lluvia generosa...
Redacción del Momento Espírita, con base
en el cap. 18, del libro Rosângela, del
Espíritu homónimo, psicografía de Raul
Teixeira, ed. FRÁTER.
El 3.4.2023.