Cuentan
que un profesor preparó su clase extendiendo una gran sábana blanca en una de
las paredes del aula.
A medida que los
alumnos iban entrando, su curiosidad era despertada por aquel objeto extraño
extendido delante suyo.
El profesor empezó la
clase preguntando a todos qué veían. El primero que se manifestó dijo que veía
un puntito negro, y fue seguido por los demás. Todos consiguieron ver el
puntito negro que había sido puesto, adrede, en el centro de la sábana blanca.
Después de preguntar a
todos si el punto negro era lo único que veían, y oír una respuesta
afirmativa, el profesor hizo otra pregunta:
- ¿Ustedes no están
viendo todo el resto de la sábana? ¿Consiguen ustedes ver solamente ver el
pequeño punto negro, y nada dicen sobre la parte blanca, que es mucho más
extensa?
En ese momento los
alumnos entendieron el cometido de la clase: enseñar a ampliar y educar la visión
para percibir mejor el conjunto y no estar atento solamente en los pormenores o
en las cosas negativas.
Esa es, la mayor parte
de las veces, nuestra forma de ver a las personas y situaciones que nos rodean.
Solemos dar un peso exagerado a las cosas malas, y poca importancia a lo
que se realiza de bueno.
Si un amigo siempre nos
trata con cortesía, con amabilidad y atención, y, en un determinado momento,
nos trata de manera áspera, ¡listo!, todo lo que ha hecho hasta ahora se
desmorona. Nos indignamos y el concepto que teníamos de él hasta entonces,
cambia totalmente.
Es como si nuestros
ojos solamente pudieran ver el pequeño punto
negro.
No llevamos en cuenta
la posibilidad de que nuestro amigo o amiga esté precisando de nuestra ayuda.
No nos damos cuenta de que quizás esté en dificultades y por eso nos trató de
una forma distinta.
¡Hemos sido tan
exigentes con los otros!
En cambio, si somos
nosotros que estamos indispuestos, todos tienen que soportar nuestro mal humor,
nuestra falta de cortesía.
Una pareja completaba
60 años de matrimonio y una de las nietas le preguntó a la abuela:
- Abuelita, ¿cómo has
aguantado al abuelo hasta hoy? Él es una persona muy difícil de tolerar.
La abuela, con una
serena sonrisa contestó a la nieta:
- Es muy sencillo mi
hija mía. Siempre tuve conmigo una balanza imaginaria. Ponía en uno de los
platos las cosas malas que tu abuelo hacía. En el otro plato de la balanza,
depositaba las cosas buenas. Y el plato siempre se inclinaba hacia el
lado de las cosas buenas.
Nosotros también
hacemos uso de la balanza imaginaria. Pero, en muchas ocasiones, el peso que
atribuimos a las cosas malas no es proporcional, y la balanza se inclina más
hacia ese lado.
De vez en cuando es
importante aferir nuestra balanza, para verificar si no está desajustada,
inclinándose mucho para el lado de las equivocaciones.
Sepamos valorar las
buenas acciones.
No hagamos como los
alumnos, que sólo veían el punto negro
en el centro de una enorme sábana blanca.
Eduquemos nuestra visión
para percibir mejor las cosas buenas de la vida. Desarrollemos nuestra capacidad
de ver y valorar todo lo que nos sucede de provechoso.
¿Usted
sabía?
¿Usted sabía que los
Bienhechores de la humanidad recomiendan que seamos severos con nosotros mismos
e indulgentes con nuestro prójimo?
Contrariando tal
recomendación, la mayor parte de las veces somos indulgentes con nosotros y muy
severos con las fallas ajenas.
Vale la pena meditar en las enseñanzas que nos llegan de lo Alto. Vale la pena que ejercitemos el perdón a los semejantes. Y vale también la pena que seamos más exigentes con nosotros, buscando siempre mejorar nuestro comportamiento.