Se acerca la Navidad. Las calles se visten de luz, los árboles tienen contornos de alegrías, con adornos variados.
La Tierra se prepara para rememorar la llegada de Su mayor autoridad. No se trata de un potentado, del comandante de país de destaque o de alguna cabeza coronada.
Ese suplanta a cualquiera de ellos. Existente antes de que la Tierra se convirtiera en un planeta que nos pudiera albergar, Él era. Así hablan las escrituras.
Cocreador con la Divinidad, proporcionó un verdadero mar de delicias al ser humano que deseara caminar por los senderos del deber y de la justicia.
Colocó algunos guijarros en el camino, para asegurar que la jornada fuera más exitosa, contemplara mayores méritos.
Esculpió cumbres nevadas y montañas altaneras, desafiando la escalada humana.
Estableció corrientes sinuosas de ríos y cascadas en el descenso de las alturas, con velos resplandecientes, pareciendo novias en día de la boda.
Sembró bosques verdes y tejió mantos de verdor, entremedio de flores pequeñas, coloridas, para deleitar la vista de las personas cansadas de las luchas diarias.
Anunció Su llegada, milenios antes. Y los que Lo esperaban, en la sucesión de los siglos, cantaron Su venida, anunciándolo como el Rey de los reyes, el más Sabio de los sabios, el Gobernador planetario.
Rey Solar, llegó en una noche casi fría y el Padre Celestial dispuso que un coro de ángeles anunciara que Él había llegado.
Un mensaje de la red social de los cielos.
El Señor de los Espíritus había dejado las estrellas para tomar un cuerpo de carne y vivir entre Sus protegidos.
Pastor, venía al encuentro de Sus ovejas, que deseaba conducir a las seguras sendas de la felicidad y de la paz.
Una estrella diferente brilló en los cielos. No era un cometa, ni una nova. Era la conglomeración de varios Espíritus, que emitían sus propias luces.
Por eso, ella brilló tan intensamente, que atrajo la atención de los estudiosos, que contemplaban los cielos, aguardando una señal de la Excelsa Llegada.
Organizaron sus caravanas y viajaron durante meses hasta encontrarlo y honrarlo con significativos regalos.
Oro, incienso y mirra fue lo que trajeron. Regalos que testificaban de Su realeza, de Su grandeza y de Su humanidad.
Oro para el Rey. No cualquier rey, sino el Rey de los reyes, el Señor de los señores.
Incienso para Aquel que era Uno con el Padre, la Divinidad Suprema.
Y la mirra señalando Su humanidad, considerando que era utilizada ampliamente por los hombres, como un artículo cosmético. También con propiedades medicinales, algo para hacer el dolor menos cruel.
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Estamos volviendo, después de la grave crisis pandémica, a una Navidad presencial. Honremos al Rey con los regalos de nuestra buena voluntad, de nuestra compasión, de nuestra donación al prójimo.
Ofrezcámosle el oro de nuestra caridad, el incienso de nuestras buenas acciones y la mirra de la ayuda al prójimo.
¡Es Navidad! Vivamos a Jesús con plena alegría. Mantengamos esas vibraciones en nuestros corazones para que todos los días que aún nos queden por vivir en este planeta bendito, sean días de glorificación a Dios en las alturas y de buena voluntad hacia los hombres, nuestros hermanos.
Redacción del Momento Espírita
El 5.12.2022.