En las notas de los Evangelistas, observamos que Jesús se empeñó en atestiguar el valor innegable de Su presencia. Por ejemplo, después de curar a Natanael, el paralítico, Jesús se retiró de la casa de Simón Pedro.
Se dirigió a la orilla del lago, posiblemente siguiendo el camino real. El gran camino de las caravanas de Oriente, la principal arteria comercial de Galilea.
Llegó a un puesto aduanero, común en aquella época en las ciudades fronterizas.
Los dominadores de la tierra, los romanos, los habían esparcido a fin de fiscalizar la importación y la exportación de mercancías.
El tributo reclamado por el gobierno del imperio se llamaba publicum. Los publicanos eran los encargados de recaudar ese impuesto.
Formando una clase intermedia entre patricios y plebeyos, los publicanos, muchos de ellos judíos, eran considerados personas de mala vida, usurpadores, traidores a la patria, ya que favorecían la dominación extranjera.
Sin embargo, como en todas las clases siempre existen los deshonestos, los malos, pero igualmente los honrados, allí, en aquella aduana estaba sentado un hombre correcto.
Su nombre era Levi Mateo. Era un recaudador de impuestos. Noble, cumplía con absoluta honestidad sus deberes, cuidaba de su familia, atendía a su esposa e hijos.
Aquel día, él contaba el dinero que había recaudado, verificaba los recibos que había entregado a los negociantes, calculaba.
Un día como muchos otros, de cuidados, de atención. Pero, de repente, en el ángulo de la puerta se situó un personaje.
El sol, que lucía detrás de Él, proyectaba Su sombra hacia el lugar. Levi levantó los ojos y se encontró con la mirada del más extraordinario personaje que la Tierra ha acogido: el Hombre de Nazaret.
Lo había visto algunas veces en la playa, conocía a algunos de Sus discípulos. Ahora, Él allí estaba, de pie, mirándolo fijamente. Sus miradas se encontraron y la de Jesús pareció penetrar en su alma.
Levi no supo decir si las palabras salieron de los labios de Jesús o brotaron de la intimidad celestial para su alma: Sígueme.
Una invitación irresistible. Leví se levanta y va al encuentro de la Luz del mundo. Y, para celebrar la nueva vida que vendría, ofreció un gran banquete en su casa.
Un banquete al que asistió Jesús con Sus discípulos. La más fina mantelería cubría las mesas, la cubertería de plata brillaba en ellas.
Habría bastado una invitación personal de Jesús en el lugar de trabajo de Leví. Sin embargo, el Maestro acude al banquete que Le preparó el discípulo más joven. Aquel que dejaría su trabajo, sus posesiones, sus afectos para seguirLe.
Con Su presencia y Su palabra, Jesús bendice aquel hogar, a los familiares, a los invitados, muchos de ellos publicanos como el propio Leví.
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El mensaje del Modelo y Guía es claro. Él desea entrar en nuestra alma, como también en nuestros hogares, a fin de inaugurar allí un aire de armonía, de paz.
Pensemos al respecto e invitemos al Excelso Amigo, muchas y muchas veces, a visitarnos.
Que nuestro banquete sea el de la oración, de la reflexión en los dichos evangélicos, de un momento de gran alegría.
El Amigo nos visita, abramos las puertas de nuestro corazón y de nuestro hogar.
Redacción del Momento Espírita.
El 14.11.2022.