Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Solo, en la presencia del mar

Cuando abrazo todo el océano con la mirada, vuelvo a cuestionar siete millones de cosas... Tantas como las olas rápidas que alcanzan la arena cada minuto.

Vuelvo a preguntar: ¿Cómo puede uno sentirse solo, en la presencia del mar? ¿Acariciado por esta brisa incesante? ¿Lleno de este perfume raro?...

¿Cómo puedo aún sentirme solo, sabiendo que los brazos del invisible me abrazan, que aquellos que partieron continúan existiendo y que todos nosotros, sin excepción, somos amados por alguien, en algún lugar, de alguna manera?...

¿Cómo puedo seguir sintiéndome solo?...

Tal vez sea yo que me aíslo del mundo y que exijo demasiado a la gente. Eso podría ser...

Tal vez sea yo que no permito que los demás conozcan mi vida, mis sueños, mis penas (y, percibiendo mejor, creo que hay un poco de orgullo en eso)...

Quizás sea yo el que busque la soledad y no ella que me persiga, como siempre imaginé...

Sí... tal vez tenga que hablar más con la gente, interesarme más por sus vidas... Oír más...

Hace tiempo que no oigo a nadie. Un desconocido relatando los acontecimientos cotidianos; un compañero de trabajo hablando de las peripecias de sus hijos; mi hermano... ¡Vaya!... Hace mucho tiempo que no hablo con mi hermano...

Es curioso, porque recuerdo que hace unas semanas, oí un mensaje de cinco minutos en un programa de radio que hablaba exactamente de eso, de cómo la gente se aísla de los demás, y de lo perjudicial que es eso para la salud mental y física, ya que una es consecuencia de la otra - decía el locutor.

Recuerdo claramente una frase: El que ama no se siente solo.

Es interesante, porque creo que siempre he estimado que para no sentirse solo, era necesario ser amado y no amar.

Decía, aún, que cuando nos sentimos útiles, y concluimos que muchos dependen de nuestra dedicación, de nuestro amor, también olvidamos la soledad.

Sí... ¡Quizás él tenga razón, porque recuerdo que el otro día fui a visitar a unos parientes que hacía tiempo que no veía, ¡y aquella visita me hizo tan bien!

Hablamos de temas comunes, como las noticias de la televisión, de la familia (de hecho, escuché mucho más de lo que hablé, ¡pues ellos hablaron sin control!)

Pero, sabes que me gustó oír... al final, salí de allí con menos tensión, menos preocupado por la soledad... Percibí - no estoy seguro - un aire extraño entre ellos, como si estuvieran cansados, aburridos, quizás un poco tristes...

Abracé a mi tía (¡me acordé de lo mucho que me gusta!), y le oí decir con los ojos ligeramente humedecidos: ¡Nos gustas mucho, ya ves! ¡Ven más a menudo! ¡No es frecuente que recibamos visitas!

Ella tenía razón. No siempre recibimos visitas, como no siempre visitamos a los demás, creo...

Al final de aquella tarde, vi que podía ser útil en cosas tan pequeñas, ¡pero tan significativas!... Y eso me alejaba del desánimo, de la soledad...

Dentro del coche, volviendo a casa, observando la vida en el exterior, a través de las gotas de una discreta llovizna, recuerdo que surgieron estas mismas preguntas:

¡Cómo puede uno sentirse solo, en presencia de tanta gente, de tanta vida! ¿Cuántas de esas personas esperan una visita? ¿Y cuántos de ellos están dispuestos a hacer una?

Redacción del Momento Espírita, con base
en el cap. Como alguém pode se sentir só,
na presença do mar, del libro O que as águas
não refletem, de Andrey Cechelero, edición del autor.
En 10.11.2022.

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