Cuando la barca de la relación matrimonial empieza a presentar dificultades, amenazando con zozobrar, en general, los hijos lo notan.
Aunque los padres intenten disimular, manteniendo el rol de las discusiones lejos de ellos, el clima de incomodidad de la pareja es percibido.
Incluso los bebés registran la psicosfera conyugal, que dejó de emitir vibraciones de amor y armonía. Y, por no disponer de la palabra para manifestarse, comienzan a presentar intranquilidad en el sueño, lloriqueos sin causa aparente, pudiendo evolucionar para fiebres e infecciones.
Los niños pequeños observan y, ante la salida rápida de uno de los cónyuges al trabajo, preguntan: ¿No vas a besar a mamá?
Y, cuando no pasa de un rápido posar de los labios en el rostro, insisten: No es así. Un beso de verdad. Un beso de amor.
Si hay abuelos o tíos cerca, no es raro que se sorprendan con preguntas como: ¿Puedo ir a tu casa? ¿Puedo quedarme contigo?
Eso demuestra la inquietud por su futuro. Si nuestro padre y nuestra se separan, ¿adónde iremos?
Y, en la ausencia de parientes cercanos, los pequeños hacen las mismas indagaciones a amigos o vecinos, en su afán por asegurarse, emocionalmente, un refugio que les parezca seguro.
Finalmente, cuando la relación se deshace y uno de los cónyuges abandona el hogar, en el balance de las emociones, el ítem pérdida irreparable se acentúa.
En el caso de los adolescentes, sus reacciones son las más diversas, según la intensidad de los vínculos afectivos y de cómo interpretan la separación. Algunos se sienten literalmente traicionados, otros se sienten abandonados, despreciados.
Según los motivos de la separación, la cuestión se vuelve aún más neurálgica.
Es natural que, si la pareja descubre que no puede seguir viviendo bajo el mismo techo, compartiendo las dificultades y el afecto, busque una forma de mejor convivencia.
Sin embargo, es saludable buscar alternativas, antes de la separación pura y simple. Es importante que se pregunten lo que los hizo unirse y que conversen acerca de la posibilidad de invertir en la continuidad del contrato matrimonial.
¿No habrá cómo hacer ajustes que permitan la maduración de la relación y el consiguiente pulido de las aristas?
Finalmente, si el camino de la separación se hace inevitable, que los hijos no sean olvidados. Ellos son la parte más noble y preciosa del inventario, cuando se trata de decidir quién se queda con quién, en qué condiciones.
Que, en nombre de la pena, no se creen dificultades para la relación con los hijos, que no se creen mayores obstáculos.
Custodia compartida, ajustes definidos de forma consensual o no, los hijos son las joyas que necesitan ser preservadas de mayores perjuicios, en ese momento.
Recordamos a una niña de tres años que, cuando su padre se fue de casa, aprendió rápidamente a marcar su número de teléfono para decir: Papá, te echo de menos.
Y, cuando él le decía: Está bien, amor. Mañana iré a darte un abrazo, oía la voz insistente: ¡Papá, te echo de menos ahora!
¿Quién puede controlar la nostalgia, que es la manifestación del amor que desea a quien ama cerca de sí?
Pensemos en eso. Y, en una decisión tan importante, acordémonos de los hijos, antes de las deliberaciones sobre el reparto del patrimonio, de los valores monetarios y todos los demás detalles.
Hijos - tesoro de nuestras vidas. ¡Pensemos en ellos!
Redacción del Momento Espírita.
El 18.10.2022.