Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
busca   
no título  |  no texto   
ícone Yo sólo necesitaba...

Necesitaba respirar. El humo de las chimeneas de todo porte me sofocaba. Venía de todas partes y de las más variadas formas.

Intenté renovar el aire con vientos más fuertes, para que pudieran limpiar la atmósfera. En vano.

Promoví tempestades, esperando que barrieran, para siempre, las nubes negras que subían sin cesar. El cielo permanecía claro durante sólo algunos segundos. Después, todo volvía a ser como antes.

Intenté detener la saña de los ambiciosos, desencadenando la borrasca, a fin de arrancar árboles y plantas, como diciendo: ¡Estoy cansada! ¿Pueden reducir mi explotación por un breve lapso, al menos?

Mis entrañas han sido perforadas cada día, en busca de los tesoros que albergo en mi intimidad. Nada en contra, siempre que todo fuera adecuado, realizado de modo racional, ordenado, preservando el entorno.

Mientras pensaban en extraer los preciados minerales, me destruían y no les importaban las tragedias que promovían para ellos mismos, para sus hermanos.

Ya no podía soportar el peso de las aguas de los ríos, océanos y mares, empapados de todos los contaminantes imaginables. Algunos arrojados deliberadamente, otros, por catástrofes derivadas del puro descuido o de la imprudencia.

Contemplé el espectáculo continuo de la depredación de los habitantes de las aguas, de los bosques, del aire. Algunos se dirigen rápidamente hacia su extinción.

Necesitaba parar. No estoy segura de lo que pasó, y ciertamente mi objetivo no era agredir a nadie. Pero, necesitaba parar. Era eso o, en breve tiempo, la especie más preciosa de todas iba a ser aniquilada.

Una pandemia se extendió por toda mi extensión, con la celeridad de un rayo, presagiando intensa tormenta, exigiendo que todo se detuviera.

La Humanidad necesitó protegerse. Y la mejor protección fue el confinamiento. El aislamiento se hizo imprescindible.

En pocos días, de forma casi milagrosa, pude volver a respirar. El humo disminuyó, casi desapareció. Las chimeneas dejaron de ser tan potentes.

El tránsito se redujo. Los contaminantes dejaron de infestar el aire, el agua y el suelo. Cada uno tuvo que mirarse a sí mismo y descubrir que había que preservar su bien más valioso: la vida.

Su vida, la vida de su semejante. Más importante que el metal, la vida. Más importante que duplicar los valores monetarios, la vida.

De ninguna manera yo pretendía ni fui la causante de la pandemia que se instaló. Sin embargo, ella me permitió rehacerme de algunas llagas.

Estoy convaleciente. Mi gran esperanza es que el hombre, ese ser especial que camina sobre mí, reconsidere su forma de vivir.

Que se acuerde que transita, de forma temporal, sobre mí. Que su esencia es inmortal y es en los términos de esa Inmortalidad, que él necesita trabajar.

Cultivar el progreso, sin agredirme. Desarrollar la tecnología, para mejorar los métodos de la sana convivencia entre todos.

Reconsiderar sus actitudes. Renovar sus disposiciones. Vivir en plenitud.

Yo, la Tierra, lo deseo ardientemente.

Redacción del Momento Espírita.
El 15.8.2022.

© Copyright - Momento Espírita - 2024 - Todos os direitos reservados - No ar desde 28/03/1998