En tiempos de escasez de alimentos en la aldea, uno de los indios más sabios se dirigió al bosque. Ya no tenía agilidad para la caza.
Y adentrándose en el bosque, fue a meditar e intentar, en el murmullo del bosque, oír a las voces de los antepasados, los protectores de la nación indígena.
Fue allí, buscando un encuentro con la naturaleza, que el indio vio que un árbol, el Paxiuba, estaba tumbado. No disfrutaba del sol porque árboles mucho más altos cubrían la luz que debía alimentarlo.
Observándolo, el indio constató que sus raíces no eran fijas.
Que, acostado, él había echado nuevas raíces. De esta manera, él se dio cuenta de que se acostaba, pero volvía a levantarse tantas veces como fuera necesario, hasta alcanzar su alimento, el sol.
Él se tumbaba, pero no caía. Él luchaba y se levantaba, yendo en busca de lo que necesitaba.
El indio entendió el mensaje de la madre naturaleza. Volvió a su pueblo y contó la singular experiencia.
Sabiendo que, en aquel momento, el alimento era la gran dificultad para el pueblo, comenzaron a utilizar la madera del Paxiuba para sus cerbatanas.
Concluyeron que, de este modo, tendrían más habilidad en la caza, como si deseasen asimilar la simbología del árbol guerrero.
Los científicos han observado el extraño árbol, con gran admiración.
Constataron que se trata de una especie de palmera, originaria de la América Central tropical, que llegó a Sudamérica y se encuentra en la cuenca del río Amazonas, en Brasil, donde no le falta el sol.
En ese proceso de tumbarse y echar nuevas raíces, él puede, en el transcurso de un año, desplazarse hasta veinte metros.
* * *
La naturaleza nos sorprende. Un vegetal utiliza una estrategia para lanzarse en busca de la luz que necesita.
Una interesante lección para nuestras vidas.
Cuando el desánimo nos haga sucumbir, podemos caer. Cuando la desesperación nos abrace, de forma prolongada, podemos caer.
Cuando la tormenta se haga tan fuerte, como un huracán que lo destruye todo; cuando todo parezca ir mal, todo esté contra nuestros planes, nuestros ideales, podemos echarnos por tierra.
Cuando los vientos nos alcancen y tengamos que doblarnos hasta el suelo, casi vencidos...
En ese momento, nuestra fe debe brillar. Y, si creemos que la hemos perdido en algún momento del camino, actuemos como aquel padre, deseando ardientemente la curación de su hijo:
Yo creo, Señor. Ayuda a mi incredulidad.
Y, así como devolvió al corazón paterno al hijo liberado de las cadenas obsesivas, Jesús, el Pastor, vendrá a nuestro encuentro y nos ayudará a reavivar la centella divina que existe en nosotros.
Él hará brillar la luz que somos.
Entonces echaremos nuevas raíces y, como el Paxiuba, volveremos a levantarnos.
La lucha no ha terminado. Puede que hayamos perdido un combate contra la muerte, contra las condiciones adversas, pero no hemos perdido la batalla.
Las respuestas surgen, las soluciones aparecen, incluso tímidas, como un sencillo brillo de esperanza.
Prosigamos.
Oremos. Aunque parezcan frases sin mucho sentido, ellas traducirán nuestra voluntad de elevarnos, de buscar el sol de primera magnitud, que se llama Jesús, nuestro Gobernador Planetario. Nuestro Modelo y Guía.
Redacción del Momento Espírita, con base en el
artículo Será que Jesus ainda ouve os homens?,
de Arlete Nunes Magalhães, de la revista Seareiro,
nº 176, de julio/agosto 2021, ed. Seara Bendita Instituição
Espírita y en el Evangelio de Marcos, cap. 9, vers. 24.
El 29.6.2022.