Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone Solo dos niños…

Eran dos niños en una ciudad llamada Nazaret, que más tarde recibiría el título de flor de Galilea.

Localizada sobre una colina, era entonces un pequeño poblado de casas, casi siempre compuestas por una única habitación, conectadas a una gruta excavada en la roca.

En aquella época no tenía importancia alguna, con sus casas pequeñas, las calles humildes y pedregosas y las tiendas singulares.

Los niños tenían más o menos la misma edad. El que había nacido en la ciudad de Belén, en una noche casi fría, se llamaba Yeshua y era sólo unos meses más joven que su primo Juan, que lo visitaba en aquella ocasión, traído por las manos maternas.

Mientras sus madres cuidaban de los quehaceres de la casa y buscaban ponerse al día de las tantas noticias acerca de sus propias vidas, los niños salieron a caminar.

Cuando el atardecer se anunció, dejando que descendieran las primeras sombras de la noche en el paisaje, las dos mujeres se mostraron inquietas.

¿Dónde estarían los dos pequeños?

Y salieron a buscarlos. María e Isabel avistaron a los hijos, uno al lado del otro, sobre una pequeña elevación.

Los cabellos de Yeshua flotaban al soplo acariciador de la brisa.

Su pequeño índice mostraba a Juan los paisajes que se multiplicaban a la distancia, como un gran general que diese a conocer las minucias de sus planes a un oficial de su confianza.

Juan simplemente escuchaba y miraba el magnífico conjunto de montes y valles señalados, al lado de las aguas cristalinas.

Nadie supo nunca de lo que estarían hablando. Tal vez fuese, en la Tierra, la primera combinación entre el amor y la verdad, para la implantación del reino de Dios.

Lo que sabemos es que, al día siguiente, cuando Isabel y Juan se despedían para regresar a su hogar, preguntó Isabel:

¿No te gustaría venir con nosotros?

Y el pequeño carpintero de Nazaret respondió, prontamente, con ternura:

Juan partirá primero.

No era exactamente una respuesta a la indagación hecha, sino la ratificación de la misión del Bautista: ir adelante, allanar las veredas para que el Cordero de Dios se manifestase entre los hombres.

Así que veremos, años después, al obrero de la primera hora, vestido de pieles, anunciando con energía: Yo soy la voz que clama en el desierto de los corazones.

Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.

*   *   *

Todos traemos, al renacer, en este planeta, un plan de acción para nuestro viaje.

Algunos de nosotros no tenemos misiones de grandeza o de dirigir otras mentes. Lo que nos corresponde es atender a los compromisos familiares, profesionales, para subir, aunque sea un peldaño, en la escala de la evolución.

Otros traemos compromisos que tienen que ver con el crecimiento de la Humanidad y del planeta.

Por eso, tenemos los grandes hitos en las ciencias, en las investigaciones, ayudando en el descubrimiento de medicamentos y vacunas para la conservación de la vida humana.

También los destacados en el área de la educación, de la instrucción, a fin de que muchas mentes puedan ser ilustradas.

O en las artes, ofreciendo al mundo la belleza de los poemas escritos y la poesía de las suntuosas construcciones, que se levantan, como deseando alcanzar los cielos.

Que nuestra estadía, en este mundo, sea para nuestro crecimiento, para el progreso de los demás, para la gloria de Dios.

Redacción del Momento Espírita, con base en el cap. 2,
del libro
Boa Nova, por el Espíritu Humberto de Campos,
psicografía de Francisco Cândido Xavier, ed. FEP.
El 25.4.2022.

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