Recientemente, tuvimos una experiencia que nos hizo reflexionar sobre cómo estamos manteniendo la atmósfera de nuestra casa.
Visitando a una amiga, comentamos cómo nos sentimos calmados, tranquilos en su hogar. Nos parecía que una brisa delicada flotaba en el aire.
Manifestando lo que estábamos sintiendo, felicitamos a nuestra anfitriona, diciéndole que ella debía trabajar mucho para preservar aquel ambiente de esa manera.
Nos quedamos, de inmediato, a considerar que ella debería ser alguien en constante contacto con los Espíritus del bien, orando, meditando.
Con una sonrisa, ella nos dijo que, como todas las familias, había dificultades y pequeños desacuerdos entre los que allí viven.
De vez en cuando, una pequeña discusión, una palabra menos feliz. Sin embargo, afirmó: Buscamos diluir con la máxima rapidez cualquier contratiempo.
Hacemos tareas juntos, ayudándonos. Y cuando algo sale mal, nos reímos bastante.
Contó que, preparando un pastel para el cumpleaños de su hermano, al partirlo por la mitad, a fin de poner relleno, se desmontó, en varios pedazos.
En lugar de enfadarse, pidió ayuda a su hermano y a su sobrina. A seis manos, reconstruyeron el pastel, que quedó más parecido a una Torre de Pisa, levemente inclinado.
Hubo muchas risas y manos muy sucias. Al final, cada cual se lamió los dedos, disfrutando el relleno y los pedacitos de la masa.
Ellos pusieron adornos, cubrieron pequeños agujeros con crema, que les valió elogios, al ser colocado en la mesa, para el café de la tarde, con todos los familiares.
Para quien no sabía del desastre ocurrido, parecía una obra de arte, todo esculpido de forma deliberada.
Es así, tratando de transformar pequeños problemas en momentos de relajación y convivencia, que construimos esa atmósfera que traduce contentamiento, nos dijo.
Naturalmente, hacemos nuestra oración diaria, al despertar. El Evangelio en el hogar una vez a la semana, pero no somos santos.
Un hogar es un lugar de vivencias. Y, como cada uno tiene sus defectos, sus pequeñas manías, es buscando sortear las diferencias que construimos la paz.
Como ves, no hay secreto.
Acompañamos los capullos que florecen en el jardín, la rosa que se abrió, la orquídea que se presenta lozana, floreciendo por primera vez.
Alimentamos a las aves todas las mañanas, colocando en la hierba los granos y después, desde la ventana, nos quedamos contando cuántas vienen cada día.
Y nos esmeramos en descubrir las especies, percibiendo cómo difieren los comportamientos.
Los tórtolos vienen y algunos se preocupan más por espantar a otros que de alimentarse. Después vienen los gorriones, el hornero, la pareja de tordos que, un día de esos, trajo un tordo bebé, que apenas ensayaba las alas para el vuelo.
Así vivimos, cosechando alegrías de cosas sencillas. Cada vivencia positiva es una joya que ponemos en las paredes de la casa. Y ella se queda allí, vibrando, de forma constante y positiva.
Eso es todo, amiga. Nada sorprendente. Nada original. Simplemente, una forma especial de sembrar la paz y cosechar alegrías.
Un hogar feliz. Un ambiente agradable, acogedor.
Sí, aprendemos, escuchando a la amiga. Bien cierto el dicho popular: viviendo y aprendiendo.
Redacción del Momento Espírita
El 3.2.2022.