Cuenta
el director de una agencia fúnebre que en su profesión había visto toda clase
de entierros, pero ninguno lo había conmovido tanto como el del viejo Hank, el
hombre más despreciado de su región.
Un
día el alcalde le comunicó que el viejo Hank había muerto, y le pidió que se
encargara de los funerales. En el entierro no habría mucha gente, pues muchos
tendrían satisfacción en ver a
aquel viejo bajo tierra.
Hank
había vivido, durante muchos años, en una cabaña solitaria, y tenía como únicos
compañeros cinco o seis perros callejeros. Cercó bien su terreno y no permitía
la entrada de nadie. Una vez por semana, venía a la ciudad a comprar alimentos
y emborracharse, y además era
pendenciero.
Uno
a uno, los habitantes se fueron volviendo contra el infeliz, que quedó conocido
como el hombre que todos odiaban.
El
viejo Hank no era religioso, pero de acuerdo a las costumbres, el agente fúnebre
le pidió a un pastor que realizara la ceremonia. “No le será fácil”,
le dijo. “no hay mucho a decir de bueno sobre el viejo Hank. Bastará
que lea una página de las escrituras y nosotros lo enterramos en seguida.”
El
sacerdote, alma generosa, le respondió diciendo que nunca había conocido a
nadie que no tuviera un lado bueno.
Al
día siguiente, el pastor y el director almorzaron juntos en el restaurante
local. Hablaron con la propietaria sobre el viejo.
-
¿Sabe usted algo bueno, a su respecto? Preguntó el ministro. La mujer, aunque
sorprendida por la pregunta, respondió de inmediato con suavidad:
-
Ahora ya puedo contar el secreto del viejo Hank.
Y,
mostrando una caja que estaba escondida debajo del mostrador, continuó:
“Durante muchos años, el viejo comió aquí, cuando hacía su visita semanal
a la ciudad. Todas las veces que venía, me dejaba un poco de dinero para que yo
lo guardara y comprara en Navidad, regalos para los niños pobres.”
-
Vean, hay casi 40 dólares. Él siempre completaba cincuenta, en la Navidad.
Aquella tarde el edificio de la municipalidad
estaba lleno de curiosos. El sacerdote pidió para que los alumnos de la escuela
en frente fueran dispensados para ir al funeral.
Cuando
los niños llegaron, el pastor se dirigió hacia el cajón e inició el servicio
fúnebre. Dijo más o menos lo siguiente:
“Hank,
vinimos aquí para enterrarte. Hay mucha gente, pero son muy pocos los que
lamentan tu muerte. El ataúd está desnudo, pues nadie tuvo el gesto de recoger,
aunque más no sea, algunas flores silvestres para adornarlo”.
“Pero,
mi estimado Hank, yo jamás enterré a alguien sin un homenaje con flores y tú
no serás el primero. Tu tienes, a final de cuentas, algunos amigos aquí
presentes, aunque ellos nunca te hayan conocido”.
Se
dirigió a los niños y preguntó quiénes habían recibido, en la Navidad,
regalos enviados por “un amigo desconocido”. Murmuraciones de sorpresa
recorrieron el auditorio cuando 21 niños subieron y se acercaron al cajón.
El
sacerdote les dijo entonces que el
viejo Hank era el “amigo desconocido”.
Les
pidió que se dieran las manos e hicieran una rueda alrededor del cajón.
“Hank,
prosiguió conmovido, tú tienes realmente algunos amigos aquí, pero ellos no
te conocieron a tiempo para traerte flores.”
“En
todo caso, formaron aquí una guirnalda de las más hermosas flores que crecen
en el jardín de Dios: los niños, a quienes tú proporcionaste momentos de
felicidad.”
***
Nadie
es esencialmente malo. Todos los hijos de Dios traen en su intimidad la centella
del Amor Divino y la harán brillar algún día.
(Historia
de la Revista Selecciones del Rider’s Digest, dic/1948.)