Una niña inteligente, de solo seis años, escuchó a sus padres hablar de su hermanito menor.
Todo lo que ella sabía era que el niño estaba muy enfermo y que estaban completamente sin dinero.
Iban a mudarse a un apartamento en un suburbio, el próximo mes, porque su padre no tenía los recursos para pagar las facturas del médico y el alquiler del apartamento.
Solo una intervención quirúrgica muy cara podría salvar al niño y no había nadie que pudiera prestarles dinero.
La niña oyó a su padre decir a su madre llorosa, con un susurro desesperado: Solo un milagro podrá salvarlo.
Ella fue a su habitación y sacó el envase de gelatina de su escondite, en el armario. Vertió todo el dinero que tenía en el suelo y lo contó cuidadosamente, tres veces.
El total tenía que ser exacto. No había margen de error. Colocó las monedas de nuevo en el envase con cuidado y cerró la tapa. Salió lentamente por la puerta de atrás y caminó cinco cuadras hasta llegar a la farmacia.
Esperó pacientemente a que el farmacéutico la viera y le prestara atención, pero él estaba muy ocupado en ese momento.
Entonces, ella frotó los pies en el suelo para hacer ruido, ¡y nada! Se limpió la garganta con el sonido más fuerte que pudo, pero ni siquiera fue notada.
Finalmente, cogió una moneda y golpeó el vidrio de la puerta. ¡Por fin, fue atendida!
¿Qué quieres? Preguntó el farmacéutico con voz aburrida. Estoy hablando con mi hermano que llegó de Chicago al que no veía hace siglos, dijo sin esperar respuesta.
Bueno, yo quiero hablarle de mi hermano, respondió la niña en el mismo tono aburrido. Él está realmente enfermo... y quiero comprar un milagro.
¿Cómo? Balbuceó el farmacéutico admirado.
Él se llama Andrew y tiene algo muy malo creciendo dentro de su cabeza y papá dijo que solo un milagro puede salvarlo.
Y por eso estoy aquí. Entonces, ¿cuánto cuesta un milagro?
No vendemos milagros aquí, niña. Lo siento, pero no puedo ayudarte, respondió el farmacéutico, con un tono más suave.
Escuche, yo tengo el dinero para pagar. Si no es suficiente, conseguiré el resto. Por favor, dígame cuánto cuesta, insistió la pequeña.
El hermano del farmacéutico era un hombre amable. Dio un paso adelante y preguntó a la niña: ¿Qué tipo de milagro necesita tu hermano?
No lo sé, respondió ella, levantando los ojos hacia él. Solo sé que él está muy mal y mamá dice que necesita ser operado. Como papá no puede pagar, quiero usar mi dinero.
¿Cuánto tienes? Preguntó el hombre de Chicago.
Un dólar y once centavos, respondió la niña en un susurro. Es todo lo que tengo, pero puedo conseguir más si es necesario.
Vaya, qué coincidencia, sonrió el hombre. ¡Un dólar y once centavos! Exactamente el precio de un milagro para hermanitos.
El hombre tomó el dinero con una mano y, dándole la otra a la niña, dijo: Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres. Quiero ver si tengo el tipo de milagro que necesitas.
Aquel gentil señor era un cirujano especializado en neurocirugía.
La operación se realizó con éxito y sin costo alguno. Unos meses después, Andrew estaba en casa nuevamente, recuperado.
La madre y el padre comentaban alegremente sobre la secuencia de los acontecimientos ocurridos. La cirugía, murmuró la madre, fue un milagro real. Me pregunto cuánto habrá costado.
La niña sonrió. Ella sabía exactamente cuánto cuesta un milagro...
Un dólar y once centavos... más la fe de una niña...
* * *
No hay situación, por mala que sea, que resista al milagro del amor.
Cuando el amor entra en acción, todo vence y todo se calma.
Donde el amor se presenta, huye el dolor, se aleja el sufrimiento y el egoísmo se bate en retirada.
Redacción del Momento Espírita, con
base en texto de autoría desconocida.
El 8.11.2021.