El año 2020 se fue. Fueron nueve meses de aislamiento social, intercalados por lockdown, confinamientos, hospitales sin plazas para los infectados de COVID.
Tal vez nuestros abuelos y bisabuelos experimentaron alguna de esas cuestiones, de forma similar, con la gripe española, que mantuvo al mundo en agitación durante dieciocho meses.
Muchos afirman que ese año fue perdido. No valió la pena.
Son los pesimistas, aquellos que solamente consiguen ver lo que es desagradable, desastroso, malo.
Los que tenemos ojos para ver, oídos para oír, seguramente nos damos cuenta de cuánto crecimos en esos meses.
Para sobrevivir, tuvimos que reinventarnos, creando diferentes formas de vender nuestro producto.
Nuestro pan casero, galletas, nuestras hortalizas pasaron a ser ofertados por el sitio web que elaboramos. Nuestro pequeño negocio tuvo que adaptarse a las reglas de control: alcohol gel, máscara, control de circulación.
Entrega a domicilio. Inauguramos nuestro propio delivery. Cada uno de nosotros a su modo, a su manera, conquistando clientela.
Los religiosos, con nuestros templos a puertas cerradas, creamos la atención en línea para los necesitados del alma.
Y horarios diversificados para la entrega de las cestas básicas de alimentos a los carentes del cuerpo.
Pasamos a utilizar las plataformas digitales, que ahí estaban hace tanto tiempo. Descubrimos sus grandes beneficios.
Nuestro Evangelio en el hogar, hecho puertas adentro con familiares, se extendió para el mundo. Invitamos a los amigos y a los parientes para participar, llenando las ventanillas de una u otra plataforma digital.
Y la dimensión se fue ampliando, amigo enviando a amigo hasta que perdimos la cuenta de cuántos participaron de esa nuestra actividad.
Nuestro estudio en grupo, de treinta a cuarenta personas, en una sala, tomó la dimensión de decenas y decenas de personas que se adhirieron.
Aprendimos a comunicarnos por las ventanillas, a debatir ideas, presentar videos, crear maravillas, ofrecer nuestra poesía, nuestro canto.
Evaluemos cuánto hemos crecido, cuánto hemos hecho, demostrando que, cuando la adversidad se presenta, activamos nuestro potencial creativo y la superamos.
Superamos la distancia, el aislamiento, las ganas de abrazar. Aprendimos a sonreír por los ojos porque la máscara nos cubre la nariz y la boca.
Fue en ese año de tantos dolores, de tantas muertes, de tantas pérdidas, que aprendimos a mirar a los invisibles.
A los basureros que nunca dejaron de venir a hacer la recolección, en los días y horas precisos.
A tantos asistentes en los centros de salud, enfermeros, cuidadores.
Aprendimos a aplaudir a los médicos, dedicados y exitosos.
Reconocimos la importancia del trabajo de los barrenderos que limpian las calles de nuestras ciudades.
Algunos, más sensibles, como una niña de diez años de una ciudad de Tocantins-Brasil, resolvió hacer algo más.
Ella preparó para esos invisibles de todos los días, un súper desayuno.
Uno de los galardonados con la gentileza de Cinthya, afirmó: necesitamos mirar más al prójimo. Que siga siempre así.
Reconozcámoslo: ese año fue desafiante. Algunos hemos sufrido grandes pérdidas de amores, de valores amonedados.
Pero crecimos. Y aquí estamos en el nuevo año. Podemos afirmar: hemos vencido. Y proseguiremos.
Redacción del Momento Espírita
El 13.10.2021.