Te has ido. El virus terrible te llevó. Para mí, quedó la nostalgia que, cada hora, me recuerda tu ausencia física.
Teníamos tantos sueños: un viaje a Francia, un hijo. Todo esquematizado, planificado.
Deseábamos volver a ver paisajes que, en nuestra luna de miel, nos habían llenado los ojos de belleza y enriquecido la mente de cultura: el Monte Saint-Michel, las playas de Normandía, la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame...
Cada cosa a su tiempo, es lo que decíamos. Y esperamos. Amueblar el apartamento, mejorar el presupuesto doméstico, ahorrar algo de dinero.
Pero entonces, de forma inesperada, la pandemia llegó y destruyó todos los sueños.
Ni siquiera pudimos despedirnos. Y un gran vacío pareció instalarse en mi alma.
Sin embargo, como fuimos bendecidos con el esclarecimiento espírita, recordé las lecciones del sueño y de los sueños.
Del sueño que nos es dado para el reposo físico, mientras el alma, parcialmente liberada, transita por el mundo espiritual, su patria verdadera.
Pasé a rogar a Dios que me permitiera reencontrarla, por pocos minutos que fueran.
Mis noches siempre han estado llenas de sueños. Y así fue como, una de estas madrugadas, viniste a mi encuentro.
Apenas me había dormido y sentí tu presencia. Parecías más joven. Me dijiste que estabas bien y allí nos quedamos, tomados de la mano, por un tiempo que no sé dimensionar, conversando, amenizando el dolor de la ausencia de tantos meses.
Sé que hablamos mucho, te dije cómo ocupo mis días, me contaste tus experiencias en la vida espiritual.
No recuerdo todo lo que dijimos, ni lo que hicimos.
Sin embargo, cuando la mañana me despertó, tuve la sensación de un grato regalo. Me sentí suave, feliz como hacía mucho no me sentía.
Di gracias a Dios por haber despertado una vez más para la vida que aún me queda por vivir, y el deseo de hacerlo con mucha dignidad, aprovechando cada día precioso.
Di gracias a Dios por esa maravilla que nos ha regalado. Las horas intensas de trabajo, de estudio, de construcción y aquellas para rehacer las energías físicas, mientras nuestro cuerpo duerme.
Al mismo tiempo, esa posibilidad de adentrarnos en el mundo espiritual, de donde todos hemos venido, e ir al encuentro de quien necesitó partir.
¿Cómo se puede describir la alegría de un reencuentro de almas? ¿Cómo se puede describir los sentimientos que nos llenan por entero, cuando reencontramos a un amor tan amado?
Nuestro deseo es que se eternicen aquellos momentos. Pero, toda alegría es justamente inédita, especial, porque no es perenne.
La vida nos enseña eso. Son momentos que pasan. Momentos que podemos disfrutarlos bien o solamente lamentarlos. La elección nos pertenece.
Agradezco a Dios por haber estado contigo, por tu calidez, por revivir tu cariño.
Agradezco a Dios el despertar en el cuerpo, un día más, donde aún me aguardan tareas a realizar y personas a servir.
Oro y espero. Quién sabe, en algún otro momento, en que mi alma esté suave, la nostalgia intensa, Dios nos permita un nuevo reencuentro.
Viviremos así: tú allá y yo aquí, atendiendo los propios deberes.
¡Hasta pronto, mi amor!
Redacción del Momento Espírita.
El 4.10.2021.