No existe una sola persona en el mundo que no haya experimentado el involucramiento de su madre.
Sea un involucramiento positivo, amoroso. Sea un involucramiento lamentable, enfermizo. Nadie escapa de la presencia de la madre.
Uno puede nacer sin la presencia del padre, pero es imposible nacer sin la presencia de la madre.
La madre es esa persona tan especial que, muchas veces, atormenta la vida de sus hijos, porque desea impulsarles la vida.
A veces asfixia a su hijo, deseando protegerlo.
No hay una sola madre que no ejerza influencia sobre sus hijos.
Podemos incluso decir que, como base de todo bruto, de todo hombre grotesco que ha habido en la Humanidad, hubo la figura de una mujer, su madre.
Ella fue quien se aseguró de que no llevara insultos a casa, fue ella quien le enseñó a devolver la agresión con agresión, le enseñó a ser egoísta.
También, en la historia de todo misionero, de toda persona de bien, existe la figura de una mujer, su madre.
De este modo, encontramos madres que saben que sus hijos no les pertenecen, saben que ellos son esencialmente hijos de Dios.
Son hijos de la vida y ellas los educan para la vida.
Cuando todas las madres estén conscientes de su papel con sus hijos, cuando admitan que sus hijos serán los maestros del mañana, los médicos, los abogados, los jueces, los políticos; cuando piensen que serán sus hijos los que administrarán las ciudades, los Estados, los países, que tendrán altas responsabilidades en sus manos, se dedicarán aún más a educarlos.
No enseñarán a los hijos que deberán respetar a los mayores. Les enseñarán que ellos deben respetar a todo ser humano, a todo ser viviente.
Enseñarán a los hijos a amar los vegetales, a proteger los bosques, empezando por cuidar del jardín en casa.
Enseñarán el respeto a los animales.
Las madres son esos instrumentos a los que Dios recurrió para que Él se manifestase en la Tierra, enviándonos al mundo, a través de ellas.
La mujer rica, la mujer inteligente, intelectual, así como la mujer pobre, la mujer simple e ignorante, todas tienen la misma habilidad para ser madres.
A veces, ella no consigue ser madre de hijos propios, pero se convierte en madre de los sobrinos, de los hermanos más pequeños, de los niños que a ella se acercan.
Es de la mujer ese instinto de la maternidad, aunque no tenga sus propios hijos.
En todo esto, verificamos que hay un misterio notable en la maternidad. Y ese misterio se llama amor.
Ese amor que viene desarrollándose del instinto a la razón.
Es ese amor que hace el nido entre los irracionales, hace que la gallina cobije sus polluelos bajo las alas, que los felinos laman a sus crías, que los pájaros pongan el alimento en la boca de sus polluelos.
Esto se ha desarrollado a lo largo de los milenios, explotó en la corona humana y recibió el nombre de amor de madre.
La madre ama a su hijo independientemente de lo que sea, de quien sea.
El más grande santo recibe el amor de su madre. El más grande villano, el más espurio de los seres recibe el amor de su madre.
Mientras Dios envíe a Sus hijos a la Tierra, en el seno de las mujeres madres, nos está diciendo que Él confía en el progreso de la Humanidad.
Redacción del Momento Espírita, con base
en el texto televisivo Vida e Valores,
A missão da maternidade, presentado por
Raúl Teixeira, bajo la coordinación de
la Federación Espírita de Paraná-Brasil.
El 25.8.2021.