Al comprar, solemos mirar en los envases la fecha de caducidad de los productos. Un hábito que hemos adquirido desde que se instituyó la ley.
Aprendimos que todo tiene fecha de caducidad. Las propias flores tienen períodos específicos para florecer, las plantas para crecer, respetando las estaciones.
Quien disfruta del jardín siempre hermoso, se queda atento a las flores de la estación y las planta o replanta, de forma periódica y regular.
Todo tiene un período de validez. Nosotros también. La infancia, la adolescencia, la juventud son períodos notables, que traen sus alegrías, sus sorpresas y descubrimientos.
Parece una floración continua. Llega la madurez, y avanzamos hacia la vejez. El cuerpo comienza a presentar señales de que no puede soportar todo lo que había soportado hasta ayer.
Y cuando nuestra fecha de caducidad se acerca, ¿qué hacemos?
Algunos nos sumergimos en la tristeza y amargamos los días, hablando del pasado, como si el presente no existiera.
Nos olvidamos de mirar a los que están a nuestro alrededor, nuestros amores, que sufren cuando nos ven marchitarnos como las flores en sequía prolongada.
Es muy posible que no consigamos hacer todo lo que hacíamos ayer. El cuerpo nos obliga a disminuir la intensidad, la periodicidad de determinadas acciones.
Pero, no debemos rendirnos como si no valiéramos nada más. El periodo de validez de esta vida física terminará cuando la muerte nos abrace.
Hasta entonces, disfrutemos lo que podamos.
¿No podemos correr tan rápido como antes? ¿Qué tal caminar? No es una caminata mecánica de pasos determinados cada día.
Una caminata de placer, perdiéndonos en una calle hermosa, encantándonos con su belleza, observando detalles.
Mirar con ojos curiosos es estar atento a todo.
Sentarse en un banco al sol, mirando a los niños que corren, gritando su felicidad.
Observar el follaje de los árboles que comienza a cambiar de color, anunciando el otoño.
Tanta belleza por descubrir para cautivar nuestra alma.
Si nos llega alguna enfermedad, que nos ponga límites, a pesar de eso, no nos amarguemos. Vivamos cada momento en toda su amplitud.
Recordamos aquella atleta pentacampeona brasileña de triatlón que, a los treinta y siete años, tuvo un diagnóstico de atrofia múltiple de sistemas, una enfermedad que deteriora gradualmente los movimientos, la respiración y las demás funciones del organismo.
El pronóstico médico era de dos años de vida.
Ella decidió enfrentar la finitud con una actitud positiva: si su cuerpo estaba deteniéndose, lo usaría mientras fuera posible.
Con todas sus limitaciones, aprendió nuevamente a nadar y se dedicó al deporte Paralímpico. Ganó la Medalla de Plata en la Paralimpíada de 2016.
A los cuarenta y nueve años, confesó que había dejado de importarse con cosas tontas, lidiando diariamente, con serenidad, con la inminencia del fin, agradecida por el momento que vivía.
* * *
Disfrutemos cada día, dejando de desgastarnos con la lluvia torrencial que arruinó nuestro paseo, con el terrible calor que nos castiga, con la limpiadora que faltó.
La vida es muy preciosa para que nos perdamos en cosas pequeñas. Agradezcamos el ahora, el hoy, lo que tenemos, las personas que nos aman.
Agradezcamos el honor y la bendición de vivir.
Redacción del Momento Espírita, con base en
testimonio de Susana Schnarndorf Ribeiro, recogido
en la revista Sorria, edición n.º 56, año 10, ed. MOL.
El 7.6.2021.