¿Cómo puede alguien hacer frente a todo esto y no sentirse grande?
¿Cómo puede no darse cuenta de su propia inmensidad?
¿Cómo puede alguien estar ante el Universo y no sentirse parte de él?
Somos estrellas en inevitable ascendencia.
Luces que se encienden mientras desvelan su propia esencia y conocen su amor nuclear.
No importa en qué parte del Universo estemos.
Incluso la inmensidad no nos define, es imposible definir el infinito.
La inmensidad es solo nuestro profundo reconocimiento de grandeza, filiación y gratitud.
* * *
Que nuestro Espíritu se lance al espacio y vea el gigantesco mecanismo presentarse ante él: mundos y mundos, sistemas tras sistemas, en la sucesión infinita de Universos estrellados.
Escuchemos, como Pitágoras, las armonías siderales en las amplias y rápidas revoluciones de las esferas. Contemplemos, en su realidad, los movimientos simultáneamente acelerados y regulares que realizan.
Observemos que una Ley suprema, universal, dirige estos mundos.
La Vía Láctea se despliega, como una inmensa franja, sus miles de estrellas, tan comprimidas, tan lejanas que parecen formar una masa continua.
En todas partes, a medida que la noche se vuelve más oscura, aparecen otras estrellas, otras llamas se encienden como lámparas suspendidas en el santuario divino.
A través de las profundidades insondables, estos mundos intercambian sus rayos plateados. Nos impresionan desde la distancia y nos hablan un lenguaje mudo.
No brillan con el mismo esplendor, y el poderoso Sirius no puede compararse con la lejana Capella.
Sus vibraciones tardan siglos en llegar hasta nosotros, y cada uno de sus rayos es como un canto, una melodía, una voz penetrante.
Estos cantos se resumen de la siguiente manera: Nosotros, también somos focos de vida, de sufrimiento y de evolución. Miles de almas efectúan en nosotros destinos semejantes a los vuestros.
Sin embargo, no todos tienen el mismo lenguaje, pues unos son estancias de paz y de felicidad, y otros, mundos de lucha, de expiación, de reparación por el dolor.
Algunos, como que susurran: Ya te conocemos, alma de la inmensidad, ya has estado gravitando en estos lugares...
Otros aún proclaman: Te esperamos, habitante sideral, con los brazos abiertos, cuando puedas estar aquí...
Así, todas las estrellas nos cantan su poema de vida y de amor, todas nos hacen oír una poderosa evocación del pasado o del porvenir.
Ellas son las moradas de la Casa de nuestro Padre, las etapas, las soberbias balizas en los caminos del infinito, y por allí pasaremos, allí viviremos todos para, un día, entrar en la luz eterna y divina.
Un libro grandioso está abierto a nuestros ojos, y todo observador paciente puede leer en él la palabra del enigma, el secreto de la vida eterna.
¡Espacios y mundos! ¿Qué maravillas nos reserváis?
Inmensidades siderales, profundidades ilimitadas, dais la impresión de la majestad divina. ¡En vosotros, por doquier y siempre, están la armonía, el esplendor, la belleza! Ante vosotros, caen todos los orgullos, todas las glorias tontas se deshacen, desaparecen.
Redacción del Momento Espírita, basado en el
poema Imensidões siderais, de Andrey Cechelero,
en el cap. II del libro Deus na Natureza, de
Camille Flammarion y en el cap. X, del libro
O Grande Enigma, de Léon Denis, ed. FEB.
El 24.5.2021.