Había terminado el curso de contabilidad. Entonces, el deseo de ser médico, de hacer algo más por el prójimo, lo llevó a ingresar a la Facultad de Medicina.
Y fue allí donde, un día, vio a una joven morena, que le llamó la atención. Parecía ser del noreste (de Brasil) y tenía un aire de japonesa.
En fin, alguien que le hizo latir el corazón de manera diferente.
El tiempo fue pasando. Él descubrió el nombre de ella, habló con sus compañeros, es decir, fue llegando lentamente, pero seguro.
En julio de 1970, realizó la que consideró su adquisición más importante: un par de alianzas. También una nevera, ya pensando en el futuro próximo.
Y ese mismo año, incluso antes de que ella terminara su curso, se casaron. Esto le permitió llevar el apellido de casada cuando obtuvo su diploma.
Fueron años maravillosos. Llegaron los hijos, se sumaron yernos, nueras y nietos.
Las alegrías se fueron sucediendo. De vez en cuando, una sorpresa, un pequeño susto. Una cirugía cardíaca, un problema de salud más adelante.
Cuando el año 2018 estaba a punto de despedirse, fue que sucedió lo inusual.
La pareja viajó a otro Estado, en la casa de uno de los hijos, para celebrar el primer cumpleaños de otra nieta.
Fue entonces cuando Laertes se dio cuenta de que llevaba cincuenta años casado. Medio siglo.
Qué cosa increíble. Cómo había pasado el tiempo. Le parecía que era ayer todavía que le estaba proponiendo matrimonio a Celia. Y ahora eran abuelos.
Pensó que necesitaba hacer algo. Cincuenta años es mucho tiempo. Tuvo una idea brillante. Sin confiarle nada a nadie, fue a comprar un par de anillos y mandó grabar los nombres.
Luego, en medio de la fiesta de cumpleaños de la niña, con la presencia de familiares, amigos, conocidos, él hizo lo inesperado.
Sentados uno frente al otro, en voz alta y clara, le preguntó a su esposa:
Celia, ¿quieres casarte conmigo?
Ella se quedó sorprendida. Miró a sus hijos, a sus nietos, a todos en el salón que se habían detenido a observar la escena.
Fueron unos segundos de silencio casi incómodo. El corazón de Laertes parecía saltar del pecho.
Finalmente, ella sonrió y extendió su mano izquierda. Y, con el mismo nerviosismo de hace cincuenta años, Laertes le puso en su dedo el anillo de oro brillante.
Ella repitió el gesto, riendo, feliz. Una sonrisa, como dijo él, jamás vista tan iluminada.
Y, ante el aplauso de los presentes, ellos se besaron.
Y es así como se casaron por segunda vez.
* * *
En épocas en que las relaciones se han acelerado, deshaciéndose por la mañana lo prometido de la víspera, contemplar un matrimonio de medio siglo es emocionante.
Es emocionante constatar una vida rica y plena, una vida construida y cimentada en el tiempo.
Una vida de tantos frutos. Una familia. Qué hermoso ejemplo para seguir.
Y los niños lo siguen, uno a uno, pues para cada uno de ellos, ya se suman igualmente años de consorcio con la multiplicación de los hijos.
Eso se llama amor. Amor que no se enfría porque unos arabescos adornen el rostro del otro. O porque el cónyuge tiene algunos problemas de salud.
O porque el paso se ha vuelto más lento y la memoria prodigiosa ha palidecido.
Amor. Sublime amor, que mantiene los lazos estrechos y florece con el transcurso de los años.
Redacción del Momento Espírita, con hechos
de la vida de la pareja Célia y Laércio Furlan.
El 10.5.2021.