Hay días en los que tenemos la impresión de que hemos llegado al final del camino. Miramos hacia adelante y no vislumbramos salida. No hay luz al final del túnel y tampoco hay posibilidad de retroceder.
Parece que todos nuestros proyectos, nuestros objetivos, han sido llevados muy lejos y estamos sin posibilidad de alcanzarlos.
Realmente, parece que el otoño de la existencia ha hecho que nuestras esperanzas se marchitasen y el fuerte viento invernal barriese de nuestras manos todos nuestros preciados sueños.
La muerte llega y arrebata los afectos de nuestra alma dejándonos el corazón destrozado.
Nos sentimos perdidos. No sabemos qué dirección tomar. Nos quedamos atónitos.
Nos sentimos como un árbol reseco, sin hojas, sin brillo, sin razón para vivir. Es la desesperanza.
De repente, como ocurre con la naturaleza, la primavera cambia todo el paisaje. Los árboles secos se llenan de brotes verdes y pronto se cubren de hojas y flores.
El tono grisáceo cede lugar a los colores verdes de tonalidades mil. Es la esperanza.
Los seres amados, que nos precedieron en el viaje de regreso a la Patria Espiritual, un día estarán de nuevo junto a nuestros corazones nostálgicos, en un abrazo de cariño y afecto.
Todo en la naturaleza vuelve a sonreír. La hierba verde se borda con flores de variados matices, las mariposas bailan en el aire, los pájaros nos brindan con sus sinfonías armoniosas. Todo es vida.
Así, cuando la llama de la esperanza se reaviva en nuestro interior, nuestros sueños deshechos son reemplazados por otros anhelos. Nuestros objetivos cambian y el entusiasmo invade nuestra alma.
Jesús, el Sublime Galileo, nos habló de la esperanza en el Sermón de la Montaña, con el suave canto de las bienaventuranzas.
La ejemplificó en Sus dichos y hechos. En fin, todo Su mensaje es de esperanza.
Si somos visitados por cualquier disgusto y la desesperación nos toma por asalto, busquemos a nuestro Amigo Mayor, Jesús, a través de la oración.
Predisponiéndonos por la oración, la ayuda ciertamente llegará, como un bálsamo suave para penetrar en las fibras más íntimas de nuestro ser, dándonos aliento y tranquilidad.
Si la desesperanza se acerca a nosotros, recordemos al Amigo Celestial diciéndonos: Mi carga es ligera, mi yugo es suave.
Si Su yugo es suave, ¿por qué no lo aceptamos?
Si Su carga es ligera, ¿por qué no la llevamos?
Consideremos que el rigor del invierno puede ser el resultado de nuestra falta de cuidado, sometiéndonos al yugo de la mentira, de la ambición desmedida, del pesimismo, de las quejas sin fin...
O tal vez la desesperanza resulte de nuestra propia insensatez, llevando la pesada carga de los placeres inferiores, del orgullo, del egoísmo, de la codicia, de los vicios de todo tipo y de otras tantas cargas inútiles que abruman nuestros hombros, destrozando nuestras fuerzas.
De esta manera, en cualquier circunstancia, dejemos que la esperanza invada nuestra alma, confiados en Dios, que siempre nos da nuevas oportunidades para rehacer caminos, buscando nuestra redención.
La esperanza debe ser una constante en nuestras vidas.
Esperanza de mejores días;
esperanza de logros superiores;
esperanza de paz.
* * *
Se cuenta que un monje que vivía de la mendicidad, sin abrigo, se recogió en una cueva para el reposo nocturno en un hermoso paisaje bañado por la luz de la luna.
Se durmió, vino un bandido y le robó la capa que utilizaba como abrigo.
El frío de la madrugada lo despertó y, dándose cuenta del infortunio, pero fascinado por la claridad de la luna, se acercó a la entrada de la cueva y, emocionado por lo que vio, exclamó:
¡Qué bueno que el ladrón no me robó la luna!
Y sonriendo, se puso a meditar.
¡Desesperarse, nunca!
Redacción del Momento Espírita basado en la introducción
del libro Momentos de Esperanza, del Espíritu Joanna de
Angelis, psicografía de Divaldo Pereira Franco, ed. LEAL.
El 25.1.2021.