Quizás ya hayamos escuchado la expresión: La única certeza que tenemos en la vida, es que vamos a morir.
Esta frase nos habla de la naturalidad del fenómeno de la desencarnación, que les ocurrirá a todos, tarde o temprano.
Ella lleva un sentido pesimista de inevitabilidad, es decir, que la única certeza que tendríamos en la existencia terrestre sería algo terrible.
Necesitamos revisar esos conceptos.
En primer lugar, quitar de la muerte del cuerpo ese peso tan grande, ese fardo de fin definitivo que ella carga.
No hay fin para todo. Sólo el final de una etapa, de un capítulo en el gran libro de la existencia de cada Espíritu.
En segundo lugar, lo que también es preocupante en la expresión, es esa visión de que no tenemos certezas en la vida.
Esa mentalidad genera inseguridad, miedo, causantes de muchos de los trastornos psicológicos que brotan a borbotones por los consultorios especializados.
No, esa no es la única certeza que tenemos.
Cuando empezamos a ver la existencia y a nosotros mismos, desde el punto de vista espiritual, además de la corteza material, ganamos muchas otras certezas.
La certeza de que la encarnación es una oportunidad sin igual de crecer, de aprender, de madurar el alma.
La certeza de que el amor que cultivamos se cosechará en algún momento, ya sea hoy o mañana.
La certeza de que los lazos de amor que hemos creado o fortificado permanecen con nosotros para siempre. No se pierde nada.
La certeza de que no hay personas agraviadas en este mundo, aunque todavía hay tanta injusticia.
La certeza de que hay una inteligencia mayor en el timón, en el comando de todo y que no necesitamos desesperarnos cuando las cosas salen de nuestro control.
La certeza de la vida, antes de la certeza de la muerte. La certeza de que cada minuto importa, de que cada día es un tesoro inestimable.
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Frente a la fragilidad de la vida material, de la vida del cuerpo, percibamos la resistencia y la exuberancia de la vida del alma.
Un virus imperceptible puede enfermarnos y puede llevarnos a atravesar el umbral de la muerte en cualquier momento.
Sin embargo, que esto no revele nuestra debilidad, sino nuestra grandiosidad.
Somos Espíritus y tenemos un cuerpo, recordando que ese tenemos no traduce posesión, ya que no hay propiedad absoluta en el campo de la materialidad.
Somos Espíritus y esa esencia sólo avanza, no retrocede y no tiene fin.
Estamos aquí de paso. La Tierra es escuela, es hospital, es campo de siembra.
Que podamos usar el tiempo que tenemos para educarnos, para curarnos y para trabajar siempre por el bien.
No nos desanimemos ante las crisis, ante los momentos de sufrimiento. Son sólo los exámenes escolares que se realizan al final de cada período lectivo.
Pasemos bien por las evaluaciones, seamos alumnos aplicados en este mundo de pruebas y expiaciones y luego podremos merecer participar de una escuela mejor, de la escuela de la regeneración.
Esta es otra certeza que tenemos: que el dolor no dura para siempre y que hoy podemos ser mejores que ayer.
Redacción del Momento Espírita.
El 8.2.2021.