Les pasa a todos los que no mueren prematuramente, en el verdor de los años. Cierto día, nos miramos en el espejo y descubrimos diferentes señales en el mapa facial.
Son pequeños pliegues. Surcos de expresión, que surgen como resultado de ciertos movimientos faciales repetidos como, por ejemplo, fruncir el ceño.
Ellos señalan nuestro proceso de envejecimiento. Más importante que eso, son el registro vivo de la historia de nuestra vida, de los eventos que han constituido alegría, preocupación o tristeza a lo largo del tiempo.
Fueron los años, con sus deditos, su delicado pincel, los que esculpieron esos caminos en la frente, como líneas paralelas, contando las muchas dificultades vividas.
Si lo pensamos bien, podremos recordar cuándo aparecieron: cuando el desempleo marcó los meses y las cuentas empezaron a acumularse.
Cuando el hijo nació prematuro, requiriendo cuidados especiales. Cuando las horas nocturnas exigían intensos estudios para postular en el concurso.
¿Y esas dos marcas verticales, sobre la nariz, entre los ojos? Ah, esas fueron marcadas heroicamente en los días de preocupación en el momento de la asunción del nuevo cargo, al cambiar de residencia, cuando el hijo necesitó de una cirugía y las noches se convirtieron en horas de insomnio.
Y esas profundas arrugas, a ambos lados de la boca, nos dicen cuántas veces sonreímos, reímos con amigos o a solas.
Sonreímos cuando recibimos la confirmación de la victoria en el examen de ingreso, cuando concretamos la boda, cuando nuestro equipo ganó el campeonato.
Y cuando llegó la promoción, cuando nos otorgaron un aumento de sueldo, cuando vimos una película, cuando nos ofrecieron una fiesta sorpresa.
Esas marcas son caprichosas. No solo aparecen ahí, sino también en los bordes de los ojos, en líneas caprichosas, diminutas, al principio. Se acentúan después.
Sí, cada arruga, cada señal tiene una historia. Habla de una experiencia.
Podemos eliminarlas, cambiarlas, suavizarlas con procedimientos quirúrgicos, con implantación de la toxina botulínica, cremas, humectantes. Tantas y tantas formas.
Podemos sacarlas, podemos disfrazarlas, podemos...
De alguna manera, nos parecemos a esos árboles que, cada año, producen un anillo en su tronco.
Contamos los anillos y podemos estimar su edad.
Acumulamos arrugas que atestiguan los años vividos en este bendito planeta.
Alguien a nuestro lado, que nos ame, las observará y dirá que conoce el momento exacto en que cada una de esas marcas se han dibujado en nuestro rostro.
Incluso podrá decir que ama cada una en especial.
Si queremos suavizarlas, mitigarlas o incluso eliminarlas por completo, ya no daremos testimonio de nuestra edad por las marcas en el rostro.
Y, como aquellos árboles que agregan un anillo internamente cada año, solo nuestra intimidad contará las experiencias vividas.
Será, entonces, nuestra forma de actuar la que dirá si los años han hecho madurar nuestro razonamiento, intensificado la lucidez y el sentido común.
Con arrugas en el rostro o no, ojalá que los años que vivamos sean de progreso, crecimiento espiritual para cada uno de nosotros.
Porque vivir en la Tierra es una oportunidad única, que merece todo un esfuerzo especial.
Redacción del Momento Espírita.
El 1º.10.2020.