Entre los pasajeros que
solían tomar el ómnibus que transportaba a los trabajadores, había dos minusválidos
– un chico y una chica, que iban a una escuela especial.
Un cierto día, tras haber leído a respecto de un
torneo olímpico de atletismo para deficientes mentales, el conductor les
preguntó si pretendían participar.
“En realidad, queríamos”,
explicó la chica, taciturna, “pero nosotros vivimos en apartamentos y no
tenemos lugar donde entrenarnos.”
La mañana siguiente, el
conductor paró el ómnibus en la parada, y abrió la puerta. Antes, incluso,
que los chicos pudiesen entrar en el vehículo, gritó:
“¡Corran atrás de mí
hasta la bocacalle que viene!” Y arrancó.
Mientras los dos corrían
por la acera, el ómnibus los pasó, tocando bocina para incentivarlos.
Al fin de la manzana,
ellos entraron, colorados y felices con el entrenamiento matinal.
Durante dos semanas, se repitió lo mismo.
Los otros pasajeros
también se convirtieron en entrenadores e hinchas, sugerían muchas cosas y
prestaban apoyo general.
El último aplauso, dado
la mañana siguiente a la competición, fue el más sonoro y se destinaba también
al ingenioso conductor. Sus protegidos habían conquistado el segundo y tercer
lugares en la prueba de cincuenta metros.
***
¿Pequeños gestos,
grandes resultados!
Una idea sencilla que
produjo, no sólo el incentivo a los niños, sino también una efectiva motivación
de los pasajeros.
Podemos imaginar que, al
llegar al lugar de trabajo, estaban con otra disposición y, con seguridad,
contagiaron a todos sus compañeros.
La iniciativa del conductor fue saludable y produjo resultados
positivos.
También ocurre esto con
las malas ideas.
Por esa razón, conviene
que siempre analicemos nuestros pequeños gestos bajo este punto de vista.
El hecho de que sean
pequeños, no impide que provoquen grandes resultados, tanto para el bien como
para el mal. La decisión cabe
siempre a nosotros.
Si nuestra disposición
tiende hacia ideas maléficas, estaremos acertando si las evitamos, mientras nos consigamos tener la misma disposición
para el bien.
Aunque no baste
solamente no hacer el mal, evitarlo
ya es un gran paso.
Si evitamos el mal,
pronto estaremos haciendo el bien. Y cuando hacer el bien se convierta en una
costumbre tan voluntaria como respirar, estaremos bien cercanos a la felicidad
real.
¿Usted sabía?
¿Usted sabía que los
Espíritus Superiores orientan que debemos hacer el bien hasta el límite de
nuestras fuerzas?
Y nuestras fuerzas son
todas las facilidades que disponemos: lucidez mental,
salud, apoyo da familia, de la sociedad, los recursos financieros, etc.
¿Y usted sabía que,
según las leyes de Dios, somos responsables por el mal que resulte al no haber
practicado el bien?
Eso significa que el
simple hecho de no hacer el bien, ya es un mal.
(Historia de la revista Selecciones del Reader’s
Digest - jun/1982.)