La ruta escénica de Trollstigen, en Noruega, comprende un derrotero de naturaleza abundante, con impresionantes vistas de montañas escarpadas, cascadas, fiordos profundos y valles exuberantes.
Los nombres de las imponentes montañas ofrecen una idea de su majestad: el rey, la reina, el obispo.
Gracias al ingenio humano, es posible circular por una carretera de ciento seis kilómetros de largo, serpenteando las laderas.
Hay once curvas pronunciadas. La posibilidad, desde la apertura de la carretera en 1936, de conducir un automóvil a través de esa área escarpada se debe a la hazaña de ingenieros y constructores expertos.
Admirados, nos preguntamos: ¿Estaría Dios desafiando a Su criatura a peregrinar por lugares tan extraordinarios que parecen inalcanzables?
Ciertamente Él, el Señor de todo, tiene exactamente el conocimiento de lo que puede el ser que Él creó a Su imagen y semejanza.
Recorriendo ese camino, no se sabe realmente qué alabar más. Ya sea la naturaleza con sus bellezas, que sorprenden en cada nueva curva, en esa región inclinada, o la estructura creada por el hombre.
Y empezamos a pensar. Si podemos crear condiciones para viajar a través de regiones montañosas y empinadas; si tenemos la capacidad de superar los abismos, uniendo los extremos con puentes fenomenales, ¿qué no podremos hacer?
Es entonces cuando nos damos cuenta de que no somos mejores personas solo porque aún no hemos dirigido nuestra voluntad hacia nuestro interior.
Todavía no hemos activado nuestra voluntad de descubrir cómo superar los abismos de la intolerancia, que nos llevan a distanciarnos de nuestros hermanos en la humanidad.
Tampoco pensamos en cómo podemos superar las diferencias, creando derroteros de comprensión, de modo que tengamos menos conflictos por razones que no son más que accidentes en el camino.
Superar el egoísmo, superar los prejuicios. Esas son las metas que debemos perseguir. Y, tengamos certeza: eso es posible.
Entonces, las fronteras de los países no serán más que límites que nos dirán dónde termina uno y dónde empieza el otro.
Los idiomas, las culturas, las costumbres, serán meros detalles que, paulatinamente, venceremos.
Y sólo nos enriqueceremos los unos al conocer la riqueza del otro.
Las reservas del suelo, que tanto disputamos, podrán ser compartidas, cambiadas, negociadas, de manera saludable, sin conflictos deshonestos y agresivos.
Seres inmortales. Seres inteligentes de la Creación. Somos nosotros.
Vamos a servirnos de ese potencial para la transformación de este mundo en un oasis de paz, de progreso, de trabajo, de cooperación.
Será tan bueno cuando todos nos demos las manos, intercambiando tecnología, informaciones, alimentos, conocimientos, en un comercio saludable.
Será tan bueno cuando aprendamos que el que vive al otro lado de la frontera es solo un hermano más, hijo del mismo Dios, creado con el mismo propósito: la perfección.
Tengamos en cuenta que si logramos superar los obstáculos del relieve que nos desafían, también podemos superar las malas tendencias y las ideas equivocadas que viven dentro de nosotros.
Eso es posible. Estemos seguros.
Redacción del Momento Espírita.
El 19.8.2020.