Aquel jueves, reunidos para la celebración de la Pascua judaica, Jesús ofreció a los Apóstoles las últimas instrucciones.
Instrucciones que serían válidas para las siguientes horas y para la posteridad. Son discursos profundos, que anuncian dolores y aflicciones.
Del mismo modo, se comprometió con Su presencia constante, enfatizando: No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros.
Y dijo: Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre, os lo dará. Pedid y recibiréis.
En estos días de inseguridad y miedo que nos rodean, Sus palabras nos aseguran que no estamos solos.
Él, nuestro Señor y Maestro, está listo.
Estas horas de angustia, que nos impulsan al caos y al dolor, son fugaces.
Ya hemos experimentado otros momentos graves. En el siglo XIV, la peste negra fue una de las pandemias más devastadoras de la Historia humana.
Las cifras muestran que entre setenta y cinco y doscientos millones de personas perecieron en Eurasia. Solo en Europa, un tercio de la población fue diezmada.
Pero, lo superamos. Reconstruimos ciudades, pueblos y, como testimonio de nuestra perseverancia, tuvimos hijos y nietos.
Dos guerras mundiales nos sumergieron en el pavor. Se estima que en la Segunda fallecieron entre setenta y ochenta y cinco millones de personas.
A pesar de eso, nos levantamos, demostrando nuestro coraje moral, certificando que somos la esencia del Padre Creador. Y rehicimos el panorama mundial.
El terremoto en Japón, en 2011, seguido de un tsunami, devastó varios lugares a lo largo de la costa noroeste.
Diecinueve mil personas murieron o desaparecieron con el avance del agua por la tierra firme, devastando todo a su paso.
El volumen de agua inundó la Central de Energía Nuclear de Fukushima, dañando los reactores, en el peor accidente nuclear desde el registrado en la Central Soviética de Chernobyl, en 1986.
Lo superamos. Desarrollamos técnicas avanzadas para prevenir posibles accidentes del mismo orden.
Nos levantamos y seguimos viviendo. Somos, por supuesto, una raza con infinitas posibilidades. Somos criaturas a la imagen y semejanza de un Señor Poderoso.
De esa manera, miremos hacia arriba. Las preocupaciones que ahora nos atormentan, pasarán. Todo pasa en esta Tierra. Los fuertes vientos, la acción destructiva de los volcanes, de los tsunamis.
La acción nefasta de los virus también pasará. Tenemos la ciencia de nuestro lado, conocimientos que no teníamos en el pasado. Y siempre mejoraremos más, en una demostración total de nuestra capacidad intelectual, inventiva y de investigación.
Hemos redescubierto las formas de comunicación, ante la necesidad de aislamiento, en la pandemia que se ha instalado.
Hemos aprendido a cuidar a nuestro hermano. Confinados en el hogar, producimos máscaras y las ofrecemos a los hospitales.
Sin poder salir, utilizamos la tecnología para vernos, ponernos en contacto, orar juntos. No pedimos solo por nosotros, sino por todos nuestros hermanos que se enferman, que mueren.
Jesús, describiendo esos dolores que nos afectarían, las aflicciones del mundo, declaró:
Yo os he hablado estas cosas, para que en mí tengáis paz; en el mundo tendréis aflicciones, pero tened buen ánimo, yo he vencido al mundo.
Confiemos. Seremos vencedores, con Él, una vez más.
Redacción del Momento Espírita, con citas
del Evangelio de Juan, cap. 14, versículo
18 y cap. 16, versículos 23, 24 y 33.
El 4.8.2020.