En la tarde lluviosa del 17 de julio de 2007, en el aeropuerto Congonhas de São Paulo, un desastre aéreo sacudió a la opinión pública y dejó un saldo de dos centenares de muertos.
La conmoción alcanzó niveles internacionales, ya sea porque entre los pasajeros de ese vuelo se hallaban extranjeros, como por la gran cantidad de víctimas.
Se estima que es uno de los desastres aéreos con el mayor número de víctimas.
Pronto, comenzaron a transmitirse las escenas de desesperación de los familiares de las víctimas, junto con el espectáculo dantesco del fuego, de las explosiones posteriores.
Algunos gritaban los nombres de los que habían partido, destrozados por el dolor. Otros, ya clamaban por justicia, invocando derechos y normas no respetados.
Finalmente, uno que otro se abrazaba, aliviado, al familiar que debería estar en aquel vuelo, pero fue desviado a otro, por las más diversas razones.
Testimonios de aquellos que estaban enojados por haber perdido el vuelo y ahora agradecían por no estar en él.
Informaciones discordantes, esfuerzo hercúleo de los bomberos para el rescate, trabajo de reporteros, periodistas, camarógrafos, fotógrafos...
Una tragedia más que nos lleva a preguntar: ¿por qué Dios permite esos eventos tan trágicos?
¿Por qué un vuelo de poco más de una hora, realizado con éxito, se convierte en una tragedia a la llegada? ¿En el momento del aterrizaje?
Naturalmente, las autoridades competentes recopilarán datos y, quién sabe, se descubrirá si la culpa fue de la lluvia torrencial, de la pista del aeropuerto, de un problema mecánico, de un error humano...
Pero, la pregunta persiste: ¿por qué?
¿Por qué jóvenes llenos de sueños han tenido sus vidas arrebatadas de esta manera? ¿Por qué personas que regresaban a los brazos de sus amores murieron de esta manera?
¿Por qué todo sucede así, sin la última posibilidad de un abrazo de despedida? ¿Por qué?
Si Dios es amor, ¿por qué permite esos eventos que destrozan familias y destruyen vidas felices?
Todo en la Creación es armonía. Todo revela una previsión que no se contradice, ni en las más pequeñas ni en las más grandes cosas.
Las grandes partidas colectivas están en la agenda de la Justicia Divina. Nadie recibe algo que no le corresponda.
De esta manera, las tragedias de esa magnitud reúnen Espíritus comprometidos con la Ley Divina.
Retornando abruptamente al Mundo Espiritual, resarcen lo que deben a la Ley.
Las familias que sufren los dolores superlativos están involucradas en el mismo proceso.
Por lo tanto, no hay nada errado si pensamos en la Justicia Divina, que da a cada uno según sus obras.
Y que, según el precepto evangélico, la siembra es libre, pero la cosecha se hace obligatoria.
Sin embargo, si la Justicia Divina actúa, Su Misericordia también se extiende.
Y, aquellos que creemos en la vida más allá de la vida, tenemos la certeza de que todos los Espíritus que padecieron en el desastre aéreo, recibieron apoyo espiritual.
Sus ángeles guardianes, enviados de Dios, los ayudaron en su tránsito hacia la vida verdadera.
A los que permanecemos en la carne, esperando nuestro momento de la partida, nos toca rezar por los que se han ido y por los que se quedaron.
Por los corazones destrozados de las madres, por los cónyuges heridos, por los huérfanos, por los enamorados, por los amigos, por todos los que sufren la ausencia de sus amores.
Y mientras esperamos nuestra partida, recemos, incluso por nosotros mismos para que, llegado el momento, estemos listos y preparados.
Sea la partida por los brazos de la enfermedad, lentamente; o de manera repentina, debido a un accidente orgánico, meteorológico o de cualquier otro tipo.
¡Pensemos en eso!
Redacción del Momento Espírita.
El 28.7.2020.