Vivimos en el hogar Tierra y cuando nos alcanza una pandemia, es el momento exacto para demostrar quiénes somos.
Si nos consideramos una sola y enorme familia que vive en hogares con diferentes banderas, lo demostramos ofreciendo nuestras manos desde lejos.
Las informaciones nos llegan y nos hacen conscientes de los grupos en riesgo, de las necesidades.
La primera regla es cumplir con las pautas legales. Ninguno de nosotros puede considerarse una exclusividad, alguien que puede romper las barreras, no respetando las determinaciones.
La segunda regla se llama solidaridad. Y, en este punto, estamos demostrando cuánto podemos lograr sin estar juntos.
Nuestra creatividad sugiere acciones. Y cuando se asocia a la buena voluntad genera noticias, como la del instructor de gimnasia que se subió a la terraza del edificio donde vive y ofreció una clase a los vecinos.
Las grabaciones del gesto están llenas de risas de fondo. Es posible ver cuánto se divierten los que están en los balcones, tratando de repetir las acciones del maestro voluntario.
En medio del caos y de las incertidumbres sembradas por la propagación del virus, las personas confinadas en sus departamentos usan los balcones para aportar lo que tienen.
Una cantante lírica usa el balcón de su departamento para cantar un pasaje de La Traviata. Los vecinos, los transeúntes ocasionales que aún pasan por la calle, pueden escucharla, quizás incluso los residentes de los edificios más cercanos.
Su voz es alegre y ella canta como si estuviera en el escenario. De hecho, lo está. Un escenario improvisado al aire libre. Espectacular.
No se puede saber cuántos la escuchan. Lo importante es que ella difunde su esperanza en la voz que lanza al espacio. Junto a ella está el hijo, que también vibra, incluso marcando el compás con sus gestos infantiles, doblando las piernas, rítmicamente.
Y ella los invita a cantar juntos. Las voces cercanas intentan acompañarla en el coro. Y no hay como evitar la risa, escuchándolas, puesto que algunas son totalmente desafinadas.
¿Qué importa? Al final, aplausos y más aplausos grabados finalizan la presentación.
Solidaridad. Ofrecer lo mejor que tenemos.
Por eso, en Brasil y en el mundo, se repiten los actos de fraternidad. Los jóvenes se ofrecen, a través de las redes sociales o publicando avisos en las puertas del ascensor del condominio, para hacer compras, recoger medicamentos, especialmente para los ancianos.
A alguien se le ocurre elaborar orientaciones específicas para adoptar personas de ese grupo de riesgo. Sugiere que se envíen mensajes por la mañana y por la noche, preguntando cómo están, si necesitan algo.
El virus nos mantiene físicamente distantes unos de otros. Pero, si lo deseamos, podremos estar muy cerca.
Programemos reuniones virtuales y oremos juntos, todos los que ya conformamos grupos de oración regulares en nuestro templo religioso.
Ofrezcamos nuestra palabra a quien está distante y que sepamos que está solo. Organicemos grupos de lectura o de estudios virtualmente.
¡Cuánto puede ayudarnos la tecnología en este momento!
Separados, pero unidos. Unidos en el amor, en la atención al otro.
Sea nuestro abrazo virtual, el beso a distancia, el abrigo a través de la internet.
Unámonos en las acciones preventivas, en los cuidados. Unámonos en la solidaridad. Todos somos hermanos.
Redacción del Momento Espírita.
El 13.4.2020.