En los momentos difíciles, cuando nos acordamos de rogar a Dios, pedirle
socorro, ni siempre sabemos interpretar su
respuesta.
Sin embargo, la respuesta siempre llega de acuerdo a nuestras
necesidades y méritos.
Un hombre que solía hacerle pedidos específicos a Dios, un buen día
logró entender su respuesta y
escribió lo siguiente:
Le pedí a Dios que me quitara el dolor. Dios dijo no. No cabe a mí quitártelo,
sino a ti renunciar a él.
Le pedí a Dios para hacer con que mi hijo deficiente físico fuese
perfecto. Dios dijo no. Su espíritu
es perfecto y su cuerpo es apenas provisorio.
Le pedí a Dios que me diera paciencia. Dios dijo no. La paciencia nace
en las aflicciones, no se recibe
por donación, sino se conquista.
Le pedí a Dios que me diera felicidad. Dios dijo no. Yo te bendigo. La
felicidad depende de ti.
Le pedí a Dios que me protegiera del dolor. Dios dijo no. El sufrimiento
te separa de los placeres del mundo
y te acerca mucho más a mí.
Le pedí a Dios que me hiciera crecer en espíritu. Dios dijo no. Tú
tienes que crecer solo, pero yo te podaré para puedas dar frutos.
Le pedí a Dios todas las cosas para que me pudiera gustar la vida. Dios
dijo no. Yo te doy la vida, para que a ti te puedan gustar todas las cosas.
Y, al fin, cuando le pedí a Dios
que me ayudara a amar a los demás, tanto como él me ama. Dios dijo:
-
¡Finalmente has captado la idea!
Si, por ventura, te estás sintiendo triste por no haber oído la
respuesta que deseabas recibir del Padre Creador, vuelve a sonreír.
El sol besa el botón de la flor y ella sonríe.
La lluvia besa la tierra y ella, reverdecida, sonríe..
El fuego funde los metales y éstos, depurándose, expresan formas para
sonreír.
Se va dolor, vuelve la esperanza.
Huye la tristeza, vuelve la alegría.
***
Cierta vez un discípulo le rogó, emocionado, a su maestro:
Señor, ¿cuándo identificaré la plenitud de la paz y de la felicidad,
si vivo en este mundo repleto de enfermedades y violencia?
El maestro, compasivo, le
contestó:
Cuando puedas ver con la
suavidad de mi mirar los más graves acontecimientos, sin juzgarlos
precipitadamente. Cuando logres oír con la paciencia de mi comprensión
generosa. Cuando puedas hablar ayudando, sin acusaciones ni disculpas. Cuando
actúes con misericordia, incluso bajo las más arduas penas y continúes sin
cansancio en el camino del bien
entre espinas puntiagudas, confiando en los objetivos superiores, te identificarás
conmigo y gozarás de felicidad y paz.
El aprendiz escuchó, meditó, se levantó y partió por el sendero del servicio al prójimo, dispuesto a
conjugar el verbo amar, sin cansancio, sin ansiedad y sin recelo.
Si,
por ventura, te estás sintiendo triste por no haber oído la respuesta que
deseabas recibir del Padre Creador, vuelve, por lo tanto a amar y a sonreír.
Sólo así se marcha el dolor y vuelve la esperanza.
Huye la tristeza y vuelve la alegría.
(Con base en texto recibido por Internet, sin mención al
autor y mensaje volante del Espíritu Eros.)