Cuando nos llegan problemas, ¿cómo actuamos? ¿O cómo reaccionamos?
Nuestro país vive días de gran complejidad. Mientras en algunos puntos la violencia va más allá de lo imaginable, llegando a los niños en las escuelas, a los hombres comunes en su camino al trabajo, a las dueñas de casa en la fila del supermercado; mientras la prensa informa, a través de todos los medios, la corrupción que anda suelta, cada día mostrando a otro político, a un alto ejecutivo, a un industrial, a un comerciante; mientras se hacen huelgas de gremios aquí y allá, ¿cómo nos comportamos?
¿Somos de aquellos que adhieren a la ola de desánimo y nos quejamos de todo, en la fila del banco, del mercado, en la estación de servicio?
¿Gritamos, engrosamos la lista de los insatisfechos, llenando las calles de protestas?
¿Aumentamos la ola de intranquilidad enviando noticias no siempre verdaderas, a través de las redes sociales, empapando el día con nubes oscuras?
Sí. Como ciudadanos tenemos el derecho de protestar, siempre y cuando no violemos el derecho ajeno de ir y venir, de que el enfermo sea tratado, de que el anciano llegue al lugar que necesita, de que el alimento llegue a las estanterías.
Tenemos el derecho de protestar por lo que creemos que es legítimo, tenemos el derecho de decirles a nuestros políticos que tenemos ojos para ver y oídos para escuchar claramente.
Y tenemos poder de decisión. También tenemos derecho de asistir a las asambleas gremiales, votando con lucidez por lo que creemos que es lo mejor. A todo eso tenemos derecho. Pero preguntémonos, como cristianos, ¿cómo es nuestra actitud? ¿De acuerdo con lo que aprendemos en los evangelios?
¿Nos sirve el mensaje de Jesús en esos momentos de revuelta, de decisiones difíciles?
Seamos conscientes que la lección inmortal no debe limitarse a los templos donde nos reunimos, leemos e interpretamos la letra del Nuevo Testamento.
El mensaje del Maestro es para todos los días y todas las horas de nuestras vidas. El cristiano tiene el deber de ser un ciudadano lúcido, coherente, formador de opinión a través de su palabra, de sus actitudes.
Si aprendemos que a través de nuestros pensamientos alimentamos la ola mental del mundo, nos cabe vigilar lo que pensamos.
Mientras otros están vibrando, diciendo que el país no tiene remedio, que igual todo terminará mal, seamos los que estamos seguros de que Jesús está al timón.
Que después de la tormenta, no importa cuán grave sea, vendrán los días de bonanza.
Nos encontramos en momentos únicos de un mundo en transición. Un mundo que grita y se desespera porque no quiere cambiar.
Pero eso puede cambiar por nuestras actitudes. Seamos nosotros la palabra ponderada, el pensamiento positivo.
Unámonos para orar, en familia, en el templo religioso, en la comunidad donde vivimos.
Oremos por los que nos guían, oremos por las mejores decisiones en las mesas de negociación.
Oremos...
Después de todo, ¿somos o no somos los seguidores de aquél que dijo: todo lo que pidan a mi Padre en mi nombre, os será concedido?
¿No leemos la promesa del llamad y se os abrirá; pedid y recibiréis; buscad y hallaréis?
¿Qué estamos buscando entonces? ¿La paz, la concordia o la adhesión a la falta de compromiso?
Pensemos en eso. La hora exige de cada uno de nosotros, como cristiano y ciudadano lúcido, lo mejor.
¿Cuál es nuestro mejor?
Redacción del Momento Espírita.
El 12.2.2020.