Las distancias, como las horas, tienen la dimensión del estado emocional de las personas que las recorren.
Cuando estamos felices, disfrutando de la compañía de los amigos, los kilómetros parecen unos pocos metros.
Cuando la alegría nos rodea, cuando estamos en un paseo que nos deja contentos, no se siente la distancia.
Cuando nos llegan noticias tristes, cuando cargamos el peso del desánimo o de la desesperanza, cualquier pequeño recorrido parece interminable y agotador.
Cuando necesitamos llegar a algún lugar para cuidar a una persona enferma, alguien que puede morir en cualquier momento, unos pocos metros se asemejan a kilómetros.
Recordemos que, en el siglo XV, Leonardo da Vinci, al diseñar el automóvil de tres ruedas, movido a cuerda como un reloj, diseñó un sistema para marcar su kilometraje.
Con una autonomía de hasta cuarenta kilómetros, cada mil metros recorridos una bola de metal se deslizaba de un depósito a otro.
Cuando llegaba al destino, bastaba contar la cantidad de bolas que se soltaron para saber los kilómetros recorridos.
En Calcuta, India, la Madre Teresa ideó una forma peculiar de marcar las distancias.
Para las voluntarias de su misión, organizó la recitación de oraciones mientras estaban en camino.
Por eso, la joven Ananda sabía exactamente el número de Avemarías que cubrían la ruta del convento-hospital: doscientas ochenta.
Confiesa que, al principio esa recomendación le parecía un poco fuera de lugar.
¿Recitar Avemarías, una tras otra, no sería una forma mecánica de considerar la oración?
Pronto, sin embargo, Ananda entendió. Esa recitación constante mantenía su mente elevada, ocupada con algo positivo.
En lugar de dejar que los pensamientos corriesen sueltos, sin propósito, había un objetivo que mantener: conectar la mente al Superior.
Y así, las palabras del saludo del mensajero celestial fluían en su mente, ahora traducidas en una oración de alabanza, más la natural rogativa por las miserias humanas.
Frases sagradas que brotaban de su corazón a sus labios, en un murmullo constante.
Y cuando completaba la cantidad exacta de Avemarías, Ananda sabía que había llegado a su destino.
Allí, con la mente higienizada por saludables vibraciones, iba al encuentro de decenas de enfermos que aguardaban la medicación, la higiene, el consuelo.
Comenzaba en la madrugada risueña otro día de trabajo al servicio del bien.
Durante horas ella iría de cama en cama, intentando ofrecer lo mejor para aquellas personas, muchas de ellas recogidas allí solo para morir con dignidad.
* * *
La oración es diálogo con las fuerzas superiores.
Está en oración quien se levanta con la mañana y se dedica a su prójimo.
Está en oración quien toma la pluma y exalta la naturaleza en prosa y verso.
Está en oración quien reconoce la grandeza de la Creación y exterioriza en palabras la gratitud, la alabanza al Señor de la Vida.
Está en oración quien busca la sintonía superior a través de frases espontáneas, generadas por la fe o por la necesidad. O quien está repitiendo versos, como en un mantra...
La oración es vida. Vivir de una manera noble es orar.
Pensemos en eso y no descuidemos este hábito saludable, que la vida nos responde con bendiciones renovadas.
Redacción del Momento Espírita, basada en el
cap. 29, del libro Muito além do amor,
por Dominique Lapierre, ed. Salamandra.
El 3.2.2020.