El
dinero es, sin duda, un factor importante en nuestras vidas. Soluciona muchas
situaciones, sin embargo, ni siempre permite comprar lo que, en determinadas
circunstancias, constituye nuestro más profundo deseo.
Podemos
comprar una casa confortable, por ejemplo, pero no un hogar dichoso.
Podemos
comprar libros excelentes, pero no el conocimiento.
Adquirir
las medicinas más eficientes, pero no podemos comprar la salud.
Compramos
un lugar de destaque entre los hombres, pero no el verdadero afecto.
Con
el dinero podemos pagar diversiones sofisticadas, pero no compramos la felicidad
real.
Podemos
contratar renombrados abogados, pero si somos culpables, no compraremos la
exención de la culpa.
Con
el dinero podemos sojuzgar personas, pero no compramos el respeto y la admiración.
El
dinero puede pagar los mejores colegios para nuestros hijos, pero no nos exenta
de la educación informal.
Podemos
comprar camas confortables con sábanas lujosas, pero no logramos comprar el sueño.
Compramos
alimentación requintada, pero el apetito no está a la venta.
En
fin, podemos adquirir un lugar de destaque en un cementerio de lujo, pero no la
paz de consciencia en el más allá.
Como
podemos darnos cuenta el dinero es necesario, pero tiene un valor relativo y
transitorio.
¿Cuál
es el valor real del dinero? No se sabe, porque en cada país tiene un valor
diferente.
Pensando
así, el buen sentido nos dice que no debemos invertir el tiempo solamente para
hacer dinero, pues corremos el riesgo de tener las manos vacías en los momentos
más difíciles.
Vale
la pena invertir un poco de nuestro tiempo en la conquista de valores
imperecederos que, como decía Jesús, ni la polilla se los come, ni la
herrumbre los corroe. Y diríamos más: no hay medida económica que los
desvalorice.
Esos
valores son nuestra cuota de participación efectiva en la construcción de un
hogar armonioso.
La
lectura noble e instructiva que nos garantice la libertad intelectual.
La
adquisición de la honestidad y de la fidelidad que nos permitan conquistar
afectos verdaderos.
El
desarrollo de una moral adecuada que nos garantice, al mismo tiempo, salud física
y paz de conciencia.
En
fin, un vivir digno que nos posibilite la entrada en la otra Esfera de la Vida
como hombres de bien, y no como mendigos morales.
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El
hombre vale por su expresión de sentimiento y de conciencia. Y es dentro de
esos valores profundos que precisamos vivir, para la consecución de las
finalidades más elevadas y más puras.