Él fue predicho por los profetas de Israel durante siglos.
Fue esperado como el Libertador, el Mesías, el Ungido del Señor.
Los mensajeros celestiales han testificado en otros escritos, que Él es el único ser perfecto que la Tierra haya conocido.
Él es el Maestro, el Cristo. Gobernador planetario, llegó a los hombres, tomó un cuerpo de carne y vivió entre nosotros durante casi treinta y tres años. Hijo de un carpintero, ejemplificó la lección de humildad al permitir que Su padre le ofreciera los primeros versos de la Torá, según la tradición judía. También se permitió aprender de la experiencia de Su padre en el trato con la madera, convirtiéndose igualmente en un carpintero.
Las manos que habían moldeado las formas terrenales en la cooperación divina de la creación de nuestro planeta, se aplicaron para moldear la madera, dándole las más variadas formas y usos.
Ejemplificando la ley del trabajo, tuvo la oportunidad de decir que el Padre Celestial trabaja incesantemente y que Él, el Rey Solar, también trabaja. Afirmando la necesidad de cambiar los viejos códigos penales, ofreció a la adúltera la oportunidad de rehacer su vida, empezando de nuevo, sin volver a cometer el mismo error.
Con eso, reemplazó la vieja fórmula de la muerte por lapidación, ratificando la lección profética de que el Padre no desea la muerte del pecador, sino que él se convierta y viva.
Buscó la equivocada de Sicar en Samaria, y en el borde del pozo, le ofreció el conocimiento del agua viva que Él dispensaba.
Al presentarse como Maestro y ofreciéndose como ejemplo a seguir, Jesús honró el hogar de aquellos que le dieron el regalo de la amistad. Estuvo en la casa de Pedro en Cafarnaúm, así como en la granja en Betania, hogar de los hermanos María, Marta y Lázaro.
Y, afirmando la excelencia de este sentimiento, dijo que el amigo da su vida por la vida del amigo.
Cuando fue arrestado en el Monte de los Olivos, ante el intento de los soldados de encarcelar también a aquellos que estaban con Él, advierte: Dejadlos. Soy yo a quien queréis.
Maestro de la alegría, empezó Su mesianismo en una fiesta conmemorativa de la boda de una joven pareja.
Y lo concluyó en la conmemoración de la pascua judía, en el alegre recuerdo de la liberación de un pueblo, exaltando la gloria de Yaweh en himnos de alabanza.
Buscó a los excluidos y los invitó a seguirlo. Por eso, en Jericó, se hospeda en la casa de Zaqueo, el publicano, y rescata a la equivocada de Magdala, en nombre del amor.
Rumbo al sacrificio, se dejó llevar como un cordero indefenso, ofreciendo la lección del coraje, de la fortaleza moral.
Permaneció lúcido hasta el final, demostrándonos cómo soporta los dolores con dignidad, aquél que se entrega al Padre Supremo.
Rogó por el perdón a todos los que, cegados por el orgullo o encarcelados en su propia maldad, participaron del nefasto acto de Su arresto, condena y muerte.
Amor no amado, se fue dejándonos la esperanza de que iría primero para preparar el lugar para nosotros en la Casa del Padre, donde hay muchas moradas.
Desde entonces, hemos estado contemplando las estrellas, soñando con los mundos que nos esperan y preguntándonos, de vez en cuando:
¿En qué mundo,Señor Jesús, nos aguardas?
Redacción del Momento Espírita, con cita del
libro bíblico Ezequiel, cap. 18, versículo 23.
El 30.8.2019.