Nacemos frágiles. De todos los seres vivos del planeta, somos los más indefensos.
Sin alguien que nos alimente, nos cuide, vele por nosotros, perecemos.
Acogidos por el amor de nuestros padres o por manos generosas que se nos tienden, en el cariño de tíos, abuelos, nos desarrollamos.
Poco a poco, dominamos el cuerpo, nos levantamos para andar, apoyándonos en lo que esté cerca. Luego, aprendemos a correr, a saltar, a subir en los árboles.
Y ya nadie nos detiene. Dominamos el alfabeto, los números. De las sillas de los primeros años de escuela, alcanzamos las de la universidad.
Nos hacemos profesionales, disputamos el mercado.
Cada año es una conquista, una victoria. Aprendemos algo más y algo más nos es permitido.
Y todo es celebrado de forma vibrante. El diploma, el concurso, el puesto disputado en la empresa de renombre, la promoción alcanzada.
De entre tantas conquistas, posiblemente una de las más emocionantes es tener en manos el Permiso de Conducir.
Entrar en el coche, conducir, ir de un lado a otro, nos confiere un aire de libertad más amplia.
Sin dependencia, sin esperar ser llevado. Sin tener que esperar a ser recogido después de la clase, después de la fiesta, después del baile.
Libertad. Y, en la medida en que los años pasan, esta independencia va aumentando.
Ir al supermercado, al teatro, al cine, al parque. Viajar al campo, a la playa, a la montaña.
No hay límites. Lo planeamos y lo concretamos.
Sin embargo, cuando se llega a una determinada edad, parece que gradualmente todo nos va siendo retirado.
Las limitaciones se establecen, problemas de salud se van presentando.
Para quien pasa los sesenta y cinco años, en nuestro país las reglas para la renovación del Permiso de Conducir se hacen más severas.
El período de vigencia es de solamente tres años. Y, en el caso de presentar limitaciones en la salud, el Permiso pasa a tener reglas específicas.
Por ejemplo, solo puede conducir hasta la puesta del sol.
Cuando no conseguimos la renovación, no dejamos de sentir cierta tristeza.
Deseando homenajear a algunos ancianos que no tendrán más su Permiso de Conducir, una empresa de automóviles ideó algo emocionante.
En un autódromo, ellos fueron invitados a pasear en uno de los más rápidos coches del mundo, al lado de un conductor experimentado.
Después, ellos mismos pudieron tomar el volante y conducir velozmente por la pista. Todo con derecho a acompañantes en motos ya un público aplaudiendoa cada uno de ellos.
¡Una enorme alegría! ¡Una bella despedida del volante! Y cada uno ganó un permiso especial de conducir, enmarcado, como un trofeo por su proeza al conducir tantos y tantos años.
Maravilloso gesto de gratitud al que dio tanto de si mismo, a lo largo de los años, y que va perdiendo, poco a poco, su libertad de ir y venir, sin límites.
Qué bueno sería acordarnos un poco más de nuestros mayores y atizarles el corazón y la voluntad de vivir, con esas pequeñas grandes cosas que les hacen felices.
Pensemos en eso.
Redacción del Momento Espírita, con base
en el vídeo, A grande despedida, de la Nissan.
Le 22.4.2019.