El feriado prolongado era
esperado por todos los familiares con una gran expectativa. Sería una buena oportunidad para volver a encontrar a los
que viajarían de ciudades distantes a la búsqueda del calor del hogar materno.
Poco
a poco iban llegando, abrazándose con nostalgia, cariño, contando novedades...
Nadie
esperaba que, en la Agenda Divina, ese día estuviera marcado para el regreso de
uno de los familiares, a la patria espiritual. Menos aún, que fuera el padre y
esposo dedicado con poco más de cuarenta primaveras, aparentemente fuerte y
saludable...
La
mañana del primer día del reencuentro transcurrió en clima de alegría y
recreación. Pero la tarde sería de despedida y dolor.
La
hija adolescente fue la primera que encontró el cuerpo del padre, ya sin vida,
tendido sobre la cama.
El
desespero del primer momento fue conmovedor. Ella, sorprendida por la escena
inesperada, tomó las manos inmóviles del padre, y habló con la voz embargada
de lágrimas doloridas: “papito, tú sabes cuanto te amo, pues nunca dejé de
decírtelo todos los días... y sé
también que tú me amas, porque siempre he oído eso de ti.
¡Hasta pronto papá!
La
escena era conmovedora...
Pero,
la joven, ahora abrazada a su madre, que también lloraba discretamente, poco a
poco fue recordando los momentos de alegría vividos juntos, y buscó fijarse en
la seguridad de la inmortalidad del alma, que aprendió desde la infancia.
***
Hechos como éste suceden diariamente y continuarán sucediendo. La muerte no se hace anunciar y llega siempre de forma imperceptible.
Lo
que cambia es apenas la situación de los corazones que parten y de los que se
quedan.
¿Podría
usted decir a un ser querido que partiera ahora, como la joven de nuestra
historia, que él sabe cuánto
usted lo ama?
¿Si
usted partiera ahora, sus amores sabrían que usted los ama? ¿Suele usted
decirles eso?
Generalmente,
porque pensamos que nunca llegará nuestra vez, ni la vez de los nuestros de
hacer el viaje de vuelta a la patria espiritual, dejamos para después tantas
cosas que podrían ser hechas hoy...
Son
tantas oportunidades perdidas... tantas acciones dejadas para después....
Dejamos
de decirles la importancia que
tienen en nuestra vida...
Postergamos
la oportunidades de solucionar un pequeño desencuentro que
podría
ser solucionado ahora.
Dejamos
para más tarde el abrazo de ternura que nunca tuvimos la osadía de dar... El
perdón de un pequeño deslice cometido por el ser que admitimos amar, pero que
no confesamos en voz alta.
Dejamos
pasar la oportunidad de dar la atención que deberíamos dar ahora...
Postergamos
para después la vivencia de momentos de alegría y regocijo junto a los que
hacen nuestra felicidad.
Si usted estaba esperando para después, ¡no pierda
más tiempo! Vaya al encuentro de sus amores y no les escatime afecto ni
palabras de cariño.
¡Piense
en ello!
Casi
siempre, el después nos sorprende sin que tengamos tiempo de decir las cosas
buenas que nos gustaría haber dicho.
La
mayoría de las personas sólo se decide a hablar de sus sentimientos nobles,
después que los oídos de los entes queridos ya se han cerrado para la vida física.
O
esperan para decir después que los labios físicos ya no atienden más los
impulsos del cerebro.
Por
todo esto, no espere para después, porque el después puede llegar demasiado
tarde.
¡Piense
en eso! ¡Pero, piense ahora!