Embarazada de siete meses, Luciana le pidió al marido que pintasela habitación del bebé. Después de todo, él llegaría pronto.
Sin mucha disposición, Álvaro se armó de coraje, pintura, rodillo y brocha.
Resolvió llamar a su hija. Cuando uno no quiere hacer algo, cualquier ayuda es bienvenida. Aunque sea la de una inteligente niña de solo siete años.
Él le dio el rodillo a la niña, que comenzó a pintar mientras conversaba:
Papá, me gusta esto de pintar. Soy de libra. ¿Sabes?… ¡Los de libra somos artistas! Me gusta todo eso del dibujo, de la pintura, de pintar paredes.
¿De verdad hija?
Y mientras pasaba el rodillo por la pared, vino la segunda pregunta:
A ti no te gusta pintar, ¿verdad papá?
No, no me gusta. Respondió rápidamente Álvaro.
Fue entonces que la perla del día apareció. La niña ya había oído a su madre decir que su padre era del signo leo. Y por ello, lanzó su explicación, fruto de una gran observación:
Por eso, papá. ¡Es que el león no tiene dedo pulgar!
El padre apenas pudo contenerse para no decir: ¿Cómo es eso?
Pues así es: Marina había observado en dibujos, documentales y en el propio zoológico, cómo era la pata del león y, de inmediato, hizo la asociación.
Realmente, solo una cabecita de siete años podría hacer tal gimnasia mental, mezclando zoología y astrología, para dar una explicación al padre de su casi aversión a la pintura.
Seguramente, nunca nadie había osado pensar cuán penoso sería para el león sujetar un rodillo de pintura. Pero Marina lo pensó.
* * *
Así son los niños. Esencialmente observadores. Es por ello que la educación, en este período, es de vital importancia.
Sin embargo, mucho más que oír lo que se les dice, los niños son impresionables por la forma de actuar de quienes les rodean.
Cuando pensamos que están ajenos a todo, nos están observando, midiendo nuestras palabras y nuestros actos.
Es para preguntarnos: ¿Hemos sido coherentes en las palabras y las acciones? ¿O todavía somos de aquellos que siguen el dicho: ¿Haz lo que digo y no lo que hago?
Este es el motivo esencial por el que nuestra educación no alcanza el éxito que esperamos: no somos buenos ejemplos.
Avanzamos con el semáforo en rojo, si no hay policías en la esquina.
Transitamos muy despacio al pasar delante de un puesto de policía para, más adelante, abusar de la velocidad, conduciendo por encima de la permitida y aconsejable.
Nos vanagloriamos porque alguien se excedió con el cambio, equivocándose; porque pagamos por una mercadería y colocaron dos en la bolsa; porque sustituimos la etiqueta de un producto más caro por la de otro más barato.
Alardeamos de lo que conseguimos, en ventajas, aquí y allá, gracias a nuestra astucia.
Y mentimos, sin enrojecer, respecto de las cualidades del coche que estamos vendiendo: nunca informamos que nos estamos deshaciendo de él porque el motor está casi fundiendo, los frenos están malos.
Entretanto, los niños nos observan. Estos mismos a los que predicamos honestidad, dignidad, corrección, sinceridad.
Pensemos en eso: además de la Divinidad, a la que nada se oculta, tenemos miradas atentas sobre nosotros: las de nuestros hijos, Espíritus que Dios confió a nuestro cuidado y que de nosotros esperan los mejores ejemplos.
Redacción del Momento Espírita, con base en
un hecho narrado por Luciana Costa Macedo.
Le 12.4.2019.