El día 26 de agosto de 2017, el Centro Nacional de Huracanes, en Estados Unidos, comenzó a monitorizar una ola tropical sobre la costa occidental africana.
En las siguientes veinticuatro horas, fue clasificada como una tormenta tropical. Y recibió el nombre de Irma.
Vendría a transformarse en huracán, un ciclón tropical que, alcanzando el Caribe y Cuba, dejó un rastro de destrucción y muerte.
Llegó a Estados Unidos con la misma actitud de revuelta de un planeta que busca sobrevivir, a pesar de los malos tratos que ha recibido de sus habitantes.
Previamente anunciado, llegó a generar pánico. Las gasolineras, los supermercados, las tiendas de materiales de construcción, no dieron abasto para atender la demanda.
Faltó agua, alimentos e incluso tornillos y clavos para las maderas que deberían proteger las puertas y ventanas.
El paso de Irma dejó a buena parte de la población americana carente de casi todo. Más de un millón de personas quedaron sin electricidad.
En los casos más tristes, hubo pérdida del mayor patrimonio, la propia vida.
Después de su paso catastrófico, cuando las personas comenzaron a salir de sus casas, de sus refugios, fueron dándose cuenta del desastre.
No hubo quien consiguiese controlar las lágrimas ante las escenas de desolación.
Árboles arrancados, casas damnificadas, destrucción por todas partes. Y, en muchos corazones, la incertidumbre alno saber cómo estarían los amigos y los parientes.
Fue en este momento, cuando vecinos y desconocidos empezaron a encontrarse por las calles, que el rostro de Dios se manifestó, incluso para los que ni siquiera creen en Su existencia.
Fuera en nombre de Jesús, de Krishna, Buda, Jehová o simplemente por un sentimiento de solidaridad, Dios estaba presente en sus actitudes.
En los días de dificultad que se sucedieron, lo que se observó, fueron personas dispuestas a ayudar, cada uno como podía y con lo que disponía.
Había brazos que se ofrecían,desde el simple corte de un árbol caído, hasta donación de alimentos, de agua para los albergues preparados para personas y animales.
Los pájaros tardaron algunos días en volver a cantar. Sin embargo, la música del corazón humano podía ser oída.
Una música sentida, pero enérgica. Una música que llevaba el ritmo del trabajo, del apoyo, de la reconstrucción.
El rostro de Dios brillaba en los ojos de las criaturas, en demostraciones del potencial Divino del amor existente en cada una.
Pensamos en la ley de destrucción, que determina quees necesario que todo se destruya, para renacer y regenerarse.
Porque a lo que llamamos destrucción, es trasformación, cuyo objetivo es la renovación y el mejoramiento de los seres vivos.
Sí, todo se encamina en nuestras vidas para que adoptemos una actitud diferente, para que salgamos de nuestro conformismo y busquemos la renovación.
El huracán Irma nos presentó su faz de terror. Pero, en medio del caos que creó, pudimos contemplar el rostro de Dios en Sus criaturas.
Irma trasformó las almas en hermanas. Y este es el rostro de Dios porque, conforme registró el Evangelista Juan, “Dios es amor”.
Redacción del Momento Espírita, con base en el artículo
A grande lição de Irma, de Umberto Fabri, del Jornal
Correio Fraterno, de septiembre/octubre 2017 y Primera
Epístola de Juan, capítulo 4, versículo 8.
Le 19.9.2018.