El manacá es una planta muy conocida de la Mata Atlántica y está esparcida por todo Brasil.
Se adapta bien a los suelos pobres, por lo que es recomendable para la reforestación de áreas devastadas.
Posee considerable valor ornamental y se puede usar en macizos o aisladamente, en la composición de los jardines.
De un modo general, el color de las flores al abrir es blanco, cambiando después al lila y al morado violáceo.
Un manacá florido proporciona un verdadero espectáculo natural, que merece admiración.
Posiblemente por este motivo, aquel proyecto de árbol, pequeño, bajito, nos llamó la atención.
Aun pequeño, se presentaba cargado de flores. No se sabía, de inmediato, si era un arbusto florido o un ramillete de flores coloridas que alguien había plantado en la tierra.
Mostraba toda su exuberancia bajo el sol de la mañana y nos detuvimos algunos minutos a contemplarlo.
¿Cómo podía aquel minúsculo árbol mostrarse de esta forma, tan rico de flores? Su tronco recién había crecido pocos centímetros por encima del suelo…
Y mirándolo, entre el asombro y la admiración, es como si lo escucháramos decir: Yo soy un manacá. He sido plantado para florecer, para embellecer este lugar.
Entonces, mira lo que he hecho. He florecido. No importa lo pequeño que sea, yo he hecho mi parte, he cumplido mi misión.
Soy flores, colores, belleza.
* * *
Deberíamos ser como el manacá: atender nuestra misión, no considerándonos pequeños o inútiles.
Es importante que hagamos aquello para lo que hemos venido a este mundo. O sea, progresar.
Y para progresar, tenemos que estudiar, reflexionar, leer, meditar.
Aprender y ejecutar. Realizar la parte que nos toca en el concierto de la Creación.
Hemos venido al mundo para cumplir un plan. Y nadie es demasiado pequeño para atender lo que le ha sido establecido o ha elegido, por voluntad propia, antes de nacer.
Puede que no conquistemos el primer lugar en el curso en el que nos inscribimos, pero podemos concluirlo con honra, extrayendo de él lo mejor.
Puede que no seamos el funcionario número uno en rendimiento, pero podemos realizar la función que nos cabe con seriedad, disciplina, de la mejor forma que nos permitan nuestras habilidades.
Puede que no hablemos varias lenguas, pero podemos utilizar palabras preciosas de nuestro idioma, como gracias, por favor, ¿es posible?
Puede que no tengamos el CI más elevado del equipo profesional, pero podemos desarrollar la consciencia del deber rectamente cumplido.
Puede que seamos los únicos en cruzar la calle por el paso de cebra, en ceder nuestro lugar en el autobús al que reconocemos tener alguna dificultad de movilización.
Puede que seamos los únicos en cumplir todos nuestros deberes, en pagar todas nuestras deudas, en honrar nuestros compromisos.
Puede que seamos, finalmente, como el manacá. Un ser minúsculo que cree que jamás será notado.
Pero, precisamente imitándolo, podemos sorprender al que se acerque a nosotros por nuestra gentileza, nuestra disposición de servir, nuestra voluntad de ayudar.
Permitamos pues, que cualquiera que se nos acerque reciba el perfume de nuestra buena voluntad, los colores de nuestra fraternidad, la belleza de nuestra solidaridad.
Pensemos en eso. Seamos en el mundo el manacá minúsculo, en la aridez de las piedras, eclosionando en colores y perfumes, embelleciendo las veredas, sorprendiendo a las personas.
Redacción del Momento Espírita.
En 13.8.2018.