Siempre que una fecha importante se acerca, una de estas fechas en que, en algún momento, las convenciones humanas establecieron que alguien especial sería homenajeado, los anuncios publicitarios invaden los medios de comunicación.
El día de los padres, el día de las madres, el día del niño, el día de la secretaria y así sucesivamente.
Los anuncios invitan a regalar con buen gusto y elegancia. Resaltan que dar un buen regalo es demostrar que no nos olvidamos de la persona y su importancia en nuestra vida.
Nos tientan con regalos que harán la felicidad de quien los recibe.
Sin embargo, no nos acordamos del más precioso regalo que podemos ofrecer. Un regalo que puede ser dado sin mirar los números de nuestra cuenta bancaria o de nuestro salario.
Este regalo tan raro, se llama nuestro tiempo.
Puede ser difícil disponer de algunas horas para estar al lado de alguien. Al fin y al cabo, la vida nos exige mucho, de manera que estamos siempre corriendo.
Son los quehaceres profesionales, los compromisos sociales, el trabajo voluntario. Y, si hacemos un buen examen de consciencia, es muy posible que constatemos que estamos apartándonos de las personas, día tras día.
Y no solamente por los motivos enumerados.
Primero la radio, después la televisión y, más recientemente, la internet, han propiciado que nos distanciemos unos de otros.
Hace algunos años, especialmente en las ciudades del interior, las noticias circulaban en la barbería, en la plaza de la ciudad, en la cafetería, en el almacén.
Las personas se encontraban, conversaban respecto de casi todo: el fútbol, la política, la inflación, el nacimiento de los hijos, el crecimiento de los niños.
La radio y la televisión fueron, poco a poco, permitiéndonos conocer las novedades, sin salir de casa.
Hoy, la noticia vuela a la velocidad de cada clic del ratón.
Compartimos noticias con miles de personas, en segundos, aunque no las conozcamos.
La carta personal, escrita con letra trabajada, meticulosa, ha cedido lugar al correo electrónico, digitado con prisa. Tan deprisa que, a veces, las frases están llenas de errores ortográficos y gramaticales.
Acentos, comas, puntos, todo se ha ido abandonando. Y, cuando nos servimos del envío de mensajes por el móvil, adoptamos abreviaturas en sustitución de las palabras.
Hemos ido perdiendo el gusto por una buena conversación, el viejo y saludable hábito de contar cuentos, de saborear historias de la vida. De detenerse para oír, reír, emocionarse, llorar si es el caso.
Sí, lo más precioso y el mejor regalo que se puede dar al otro, es nuestro tiempo. Estar presentes.
Por ello, compremos flores, libros, perfumes, accesorios, mil naderías que hacen la alegría de quien amamos. Pero no lo hagamos solamente en el día que le corresponde en el calendario.
Sorprendámosle en la fecha que no sea la fecha de nada. Solamente por nuestra voluntad de decir: Eres importante para mí.
Sobre todo, reservemos un tiempo para abrazar, para mirar a los ojos, para llenarnos de la luminosidad del otro, para sentirle.
Reservemos un tiempo para darnos como regalo: Hoy, voy a pasar el día entero contigo.
Vámonos de paseo, a jugar, al cine, a andar por la playa, lo que quieras que hagamos juntos.
Eso sirve para los novios, parejas, amigos, padres, jóvenes. Para todos y cada unos de nosotros.
Pensemos en eso. Hagámoslo.
Redacción del Momento Espírita.
En 27.7.2018.