Anochecía… En la pequeña ciudad la joven, desanimada, pasaba delante de una iglesia, cuando decidió entrar.
Aquella institución ni siquiera era de su religión. No obstante, estaba tan triste, pues tenía tantas ganas de que el mundo acabara para que ella misma fuera consumida, que se dirigió hacia la puerta.
En ese exacto momento, el sacristán se preparaba para cerrar el lugar.
Isabel retrocedió. Sin embargo, al percibir su intención, él la invitó:
¿Quiere entrar? ¡Bienvenida!
Pero, usted estaba cerrando…
No importa. Entre y quédese el tiempo que quiera. Puedo cerrar las puertas más tarde.
Ella entró al templo. Definitivamente, era distinto del lugar que solía frecuentar.
Se sentó en uno de los bancos y empezó a orar. Un torrente de lágrimas le invadió. Era como si todo su dolor se manifestara. Sollozó bajito, mientras pedía ayuda.
¿Será que Dios la oiría? El porqué de tanta tristeza ni siquiera ella misma conseguía explicar. Tenía problemas, es cierto. ¿Quién no los tiene?
Pero su razón le decía que ella no debería estar así de triste. Después de todo, había personas en el mundo que sufrían mucho más que ella.
Hizo una nueva oración. Se sintió envuelta por una dulce presencia espiritual.
El sacristán, discreto y atento, se acercó.
Señora, le traje un poco de esta agua que bendecimos aquí en la iglesia. Llévela a su casa. Tómela. Va a sentirse mejor.
Ella cogió el pequeño frasco, agradeció y salió. Se sentía mejor.
Más tarde, ya en su casa, teniendo en las manos el libro de su predilección para la reflexión diurna, se puso a pensar:
¡Qué bueno es Dios! Dios no tiene religión. Él está por todas partes. Atiende a todos sus hijos y se manifiesta a través de cualquier persona de buena voluntad.
* * *
Dios es amor. Infinitamente justo y bueno, derrama Sus bendiciones por todo el Universo.
Cuando aprendemos que Dios es Omnipresente, no siempre nos damos cuenta de que, dentro y fuera de los templos, Él está presente.
Jesús oraba en pleno corazón de la naturaleza. Buscaba al Padre en el silencio de la noche, o en las tardes templadas, junto al lago.
Fue Él quien nos enseñó que Dios debe ser adorado, en Espíritu y Verdad, en el altar del corazón.
Los hombres construimos templos, con la intención de atender mejor a las personas, ofreciéndoles un lugar de acogida, una escuela de aprendizaje.
Sin embargo, algunos de nosotros, justo en esta ocasión, empezamos a dividirnos y crear exclusiones.
Como si Dios protegiera a unos más que a otros. Todos hijos Suyos.
Es bueno que meditemos respecto de la Omnipresencia Divina y que nos respetemos más, como participantes de cultos y religiones diversas.
Dios no tiene religión. La religión es útil a los hombres para, justamente, aproximarnos a Él. Por lo tanto, jamás debe ser motivo de separación o de discordia.
Alabemos a los servidores del Señor que atienden el dolor humano, sin indagar si la persona es o no simpatizante de este o de aquel culto.
Alabemos a los que tienen el don de la palabra y la oportunidad de liderazgo y las utilizan para sembrar la paz, la concordia y el amor entre todos.
Dios bendiga a los que sirven, de forma anónima y discreta, en el silencio de los templos, en el dolor de los hospitales, en la convulsión de los corazones.
Redacción del Momento Espírita.
En 23.5.2018.