Momento Espírita
Curitiba, 22 de Dezembro de 2024
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ícone De un padre para su hijo

El padre entró despacito en la habitación del hijo que dormía tranquilamente y habló como quien tenía mucho a considerar:

- Escucha hijo mío: digo esto, mientras tú duermes con la mano bajo el rostro y los cabellos pegados en tu frente húmeda.

- Hace unos pocos minutos, leyendo mi periódico, un intenso remordimiento se apoderó de mí. Inquieto, me acerqué a  tu cama.

- Pensaba esto, hijo mío: fui antipático contigo; te reprendí cuando te vestías para ir al colegio y  porque no te lavaste la cara con cuidado.

- Te hable ásperamente al ver tus zapatos sucios. Grité, enojado, cuando dejaste tus  cosas  en el suelo.

- En el desayuno, también encontré pretextos para refunfuñar. “Tú derramas la leche en el mantel; devoras en vez de comer; pones los codos sobre la mesa; pones mucha manteca en el pan”

- Y, cuando salimos, tú para jugar y yo para tomar el ómnibus, te volviste, me diste adiós con la mano y gritaste: “¡hasta luego papito!”  Me puse serio y, como respuesta, te dije: ¡endereza esos hombros!”

- Por la tarde,  todo empezó otra vez. Venía andando por la calle y te vi arrodillado  en el suelo jugando; tus calcetines rotos: te humillé ante tus compañeros, mandándote que marchases delante mío para dentro de casa. “Los calcetines son caros y si tú tuvieras que comprarlos tendrías más cuidado.”

- ¡Imagínate, hijo, oír eso de un padre!

- ¿Recuerdas cuando, más tarde, estaba yo leyendo en la sala y tú entraste tímidamente, con un rasgo de aflicción en la mirada? Levanté el periódico, impaciente por la interrupción, y tú titubeaste en la puerta. “¿Qué quieres?”. Gruñí.

- Tú no dijiste nada, corriste por la sala y, de un salto, te abalanzaste sobre mí, me abrazaste, me besaste y tus bracitos me apretaron con el amor que Dios hizo florecer en tu corazón y que ni siquiera mi frialdad conseguía reprimir.

- Bien,  hijo, fue poco tiempo después de esto que el periódico resbaló de las manos y mi espíritu se vio sacudido por una preocupación terrible: “¿qué será de mí, si me esclavizo a este hábito de vivir insultando, estar siempre reprendiendo?”

- ¿Es la única recompensa que te doy por ser un niño sano? No es verdad que no te ame; es que quería exigir demasiado. Medía tu juventud por la magnitud de mi edad.

- ¡Y hay tantas cosas buenas, excelentes y verdaderas en tu carácter!

- Tu pequeño corazón es tan amplio como la propia aurora que baja sobre los montes.

- La prueba estaba en aquel impulso espontáneo de venir corriendo para besarme y darme las buenas noches. Nada más vale esta noche, mi hijito.

- Me acerqué a tu cama, en la penumbra, y me arrodillé, avergonzado, tal como una pequeña penitencia. Sé que tú no entenderías estas cosas si te las dijera mientras estás despierto,  pero mañana seré un papito de verdad.

- Seré más que un amigo; sufriré cuando tú sufras; me reiré cuando tú sonrías; y me morderé  la lengua cuando, de ella,  broten palabras impacientes.

- Diré repetidas veces, como una oración: “él es apenas un niño, un chiquillo.”

- Sospecho y temo que te haya tomado por un hombre. Entretanto, mi hijo, contemplándote ahora, encogido y cansado sobre la cama, me convenzo de que tú eres apenas un chiquitín.

- Se puede decir que aún ayer tú dormías en los brazos de tu madre con la cabeza apoyada en su hombro.

- ¡Pedí demasiado, pedí demasiado! 

¡Piense en ello! 

Ese padre tuvo la oportunidad de pedirle perdón a su hijo por haber sido tan rudo, pero, infelizmente, hay muchos padres que sólo se dan cuenta después que los hijos crecen o parten para el mundo espiritual.

¡Pensemos en eso!

 

(Selecciones del Ride’s Digest, 08/45 – Padre Olvidadizo)

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